Lo que nos faltaba: el Instituto de Recreación y Deportes de Bogotá pagó cinco millones de pesos a un chamán para evitar que lloviera el día de la clausura del Campeonato Mundial de Fútbol Sub-20 que se llevó a cabo en el Distrito capital en agosto de 2011. No llovió, aunque el ambiente presagiaba otra cosa, según los sabios que tomaron esta macondiana decisión.
El chamán, un tolimense con pinta de bandido de película mexicana, y que se las sabe todas, nunca utiliza sus conjuros para que llueva, porque sabe perfectamente que tiene las probabilidades en su contra, y asegurar que no va a llover durante noventa minutos, de mil cuatrocientos cuarenta que tiene el día, le resulta más cómodo y posible. Lo más grave que le puede suceder es que llueva y entonces nada habrá perdido, porque delito sobre estas ridiculeces no existen en nuestro Código Penal.
Debe ser de mucha utilidad para los estudiosos del derecho administrativo conocer esta belleza de contrato, una perla jurídica parecida sin lugar a dudas al caso Madison-Marbury, que señaló en el año 1803 los derroteros de la constitucionalidad en Estados Unidos. Lástima que la Gobernación del Atlántico no conoció oportunamente a este ‘profeta’ come lechona y tomador de aguardiente, ya que con sus poderes sobrenaturales hubiera podido evitar la tragedia del sur del Departamento, zona que aún no se repone de las inundaciones que la han sumido en la miseria y la desesperación.
Samuel Muñoz Muñoz
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