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Con o sin rumbo fijo va y viene, una y muchas veces, la áurea pelota sobre la rígida malla que fragmenta la cancha donde se juega la partida. Tal de incierta anda y brinca nuestra existencia, cada instante, cada hora, cada día hasta el último suspiro.

Mientras a raquetazo limpio se dirime una, en cada game; latigazos en el alma recibe la otra, en cada traspié cotidiano. Son los rudos golpes de un doble encuentro donde rival a vencer es el destino y a mí mismo en los distintos desafíos.

Expongo en cualquiera de las contiendas la vida: a subir y bajar, defender y atacar, aguantar y empujar, pensar y calcular, resistir y gozar, dar y recibir, callar o gritar, tranquilizar y conciliar. Ser paciente, saber esperar. Perder o ganar, dar la batalla y por siempre luchar. Tanto tenista, tanto ser humano por igual; que sepa compartir y dispensar al conocido como al extraño; al compañero y también al adversario, a todos cuantos intervienen en ambos juegos, sin reparo.

Aceptar, reconocerme como un yo, como un tú, en el contendor; dispuesto a jugármela con el corazón en lo alto: en el servicio, el revés, y en el drive; en el fondo, en la malla, hasta el set final. Tras la victoria o la derrota.

Teobaldo Coronado Hurtado