Leo con entusiasmo las columnas de Claudia Ayola. Sin duda una mujer valiente, que se atreve a decir lo que piensa en un país tan intolerante y antidemocrático como Colombia. En la columna del 3 de marzo nos habla del odio que muchos niños sienten por la escuela a partir de la experiencia que ha vivido Carolina, una niña de 4º.
Pero hoy, si bien no difiero en lo esencial de Claudia, sí quisiera decirle que está viendo solo la punta del iceberg. La escuela no es el problema, Claudia. Es cierto que debe transformarse. El asunto es para qué. Por supuesto, algunos dirán que para responder a las exigencias de la sociedad del conocimiento, la globalización, la era informacional y toda la parafernalia inventada en muchos casos para justificar los desastres que estamos viviendo. La escuela, mi querida Claudia, está en crisis porque la sociedad lo está. Si nuestros docentes presentaran en sus aulas películas de Disney, organizaran realitys, emularan a Pablo Escobar y hablaran como los locutores de nuestras emisoras, la escuela sería divertida. De eso estoy seguro, Claudia, pero no respondería a quienes creemos en que ella debe formar seres integrales, creativos, libres y dispuestos a hacer de este mundo algo decente.
No se trata de justificar a las escuelas y a los maestros, profesión desdeñada en nuestra sociedad, pero que muchos ejercemos con orgullo. A la sociedad no le interesa la educación. Muchos padres envían a sus hijos a la escuela solo para poder reclamar el subsidio de Familias en Acción o para que por lo menos tengan una merienda. Hoy, cuando un docente exige –disciplinaria y académicamente– se enfrenta no solo al alumno, sino también a los padres.
Estamos de acuerdo, Claudia: hay que transformar la escuela, pero también a la sociedad.
Roberto Núñez Pérez
robertonunezperez@hotmail.com