A diario, en los últimos meses los medios de comunicación nos informan casos y casos de intolerancia, el ser humano de hoy perdió la habilidad o voluntad de tolerar algo, desde los niños, jóvenes y adultos, muchos se han vuelto con actitudes irrespetuosas hacia las opiniones o características diferentes de las propias. Tenemos el caso del niño que asesinó al otro en Zipaquirá, o el señor que asesinó al vecino por pedirle el favor que le bajara el volumen al equipo, videos que observamos de los manifestantes con la fuerza pública, conductores dándose golpes con los agentes de tránsito, y mujeres y niños maltratados inmisericordemente, esto es el pan de cada día.
Es desde cada hogar, desde cada plantel educativo, desde una sociedad, donde la mayoría de veces se vive la intolerancia y donde se gestan el odio, la envidia y todo lo que estos malos sentimientos generan en cada persona, en cada uno de nosotros para conducirnos a una vida de infortunio.
Recordemos que algunos de los problemas más agudos en la actualidad son la violencia intrafamiliar y el famoso matoneo en los colegios y escuelas, en los que se ha llegado hasta el homicidio; allí se ha hecho presente la intolerancia, y si hacemos una reflexión sobre los sucesos recientes en nuestro país, vemos que en todos también la hubo, llevada al extremo; en asonadas se respiraba odio, deseos de venganza, de rencor; la turba enardecida desfogaba su insatisfacción, su mala educación, su descontento con ellos mismos, con la sociedad, con el Estado.
Si pensamos en la famosa mesa de negociación en La Habana, cuánta tolerancia han tenido y tendrán que tener los delegados del Gobierno para no salirse de casillas, para permanecer pacientes y serenos ante las exigencias cada vez mayores de la Farc.
Hay una máxima oriental que dice: «Nadie pone más en evidencia su torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar antes de que su interlocutor haya concluido».
Anuar Cortázar Cáez
Cascajal, Magangué, Bolívar