Habrá paz, se viene a decir, cuando todos estén a favor de ella, cuando todas las personas convengan en que hay que renunciar a la violencia.
Es decir, la paz se consigue a través de la suma de las adhesiones de todos los ciudadanos de un medio social, con el mundo, gracias a acuerdos unánimes de las partes o estados en conflictos.
Por otra parte, se debe cuestionar que la guerra y la violencia son frutos de las actuales estructuras sociales y políticas. Según esta forma de pensar, bastaría con cambiar esas estructuras para que la paz fuera posible. Sin embargo, las estructuras sociales y políticas son el reflejo de la conciencia colectiva, y de no producirse un cambio en esta conciencia, no podrá implantar la cultura de la paz. Un camino correcto para esta consecución es un camino mixto de cambio personal y de cambio de estructuras. Para modificar las estructuras sociales y políticas de manera que posibiliten la paz es necesario que sea cada vez mayor el número de personas que adopte este punto de vista. De ahí la importancia de la educación para la paz, temprana.
Hay que insistir en que la paz no es sino un estado de la sociedad al que solo podrá accederse cuando los valores distintivos de la violencia, respeto hacia las personas y los grupos, espíritu de diálogo, actitud cooperativa, justicia, etc. emanen de la conciencia de un número significativo de ciudadanos.
Tal vez convenga explicitar algo que es, por otra parte, evidente: postular a favor de la paz no implica en ningún caso renunciar a la justicia. De hecho, paz y justicia son dos elementos indisociables. Se avanza hacia la paz cuando se avanza en la justicia, y viceversa. Una paz que estuviera basada en la aceptación resignada de la injusticia no sería tal. La injusticia supone desigualdad de derechos, dominio de unas personas sobre otras, y ese es precisamente el fundamento de la violencia. Paz e injusticia no pueden coexistir, hablar de paz y hablar de justicia viene a ser lo mismo, puesto que la una conduce a la otra.
Tiberio César Ruiz Villa
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