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Caía una pertinaz lluvia en la ciudad de Barranquilla, eran aproximadamente las 10 p. m. del martes 10 de septiembre, las calles estaban desiertas. Mientras conducía a casa visualicé un auto parqueado en la vía con el baúl levantado y alrededor una dama que se llevaba las manos a la cabeza, caminando de un lugar a otro; al aproximarme me hizo ademanes desesperados para que me detuviera… Estacioné, y cual buen samaritano le dije:

–¿En qué puedo ayu…? –con voz de angustia me interrumpió y exclamó: –Señor, señor, ayúdeme, hay una lagartija en mi carro.

Me sonreí (pensé: mujeres, mujeres, tanto escándalo por una insignificante lagartija)y le dije –claro, ¿dónde está?

Al acercarme al auto logré divisar el enorme espécimen, entonces comprendí el miedo de la dama de acento bogotano, de aproximadamente 55 años. ¡No era una lagartija! Efectivamente era un verdadero lagarto.

edía aproximadamente entre 60 y 70 cm (del largo y ancho de mi brazo) llamado teyú, más conocido como iguana verde. (Creo que sentí miedo ajeno)

¡Oh! y ahora, ¿quién podrá ayudarme? Mi nivel de valentía (lo confieso) comenzó a pitar ti, ti, ti. Creo que la dama percibió mi asombro y exclamó –¿Cómo la sacaremos?

Me acercaba sigilosamente y cuando estaba como a 30 cm, el reptil mueve su cabeza (¡Ay papá!) y retrocedí (ja, ja, ja) (si mi esposa Martha hubiese estado allí me hubiese dicho: “Amor, mejor no, te puede morder”; pero mi hijo Esteban, de 12 años, se estaría riendo de mí y diciéndome “Vaya duro, no se acobarde”).

La sujeté por el cuello con mi mano izquierda y por el tronco con la derecha. La iguana se aferró con sus garras a la felpa del baúl del vehículo y renuentemente se resistía (a abandonar su cálido refugio que halló para huir de la lluvia), allí estaba yo luchando, y resistiendo el embate del nieto de Godzila, al fin logré dominarlo. Sin lastimar al reptil me acerqué a unos arbustos y lo liberé, este caminó unos pasos y luego me miró como diciéndome: “Esto no se queda así”…

La dama, con su rostro lleno de tranquilidad, y sonriente me dijo: –Señor, muchas gracias, que Dios le bendiga.

Contesté: –Amén –y se marchó.

Mientras conducía a casa recordé las palabras de Jesús cuando dijo en Mateo 20:28 “así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos”.

Sentí una gran satisfacción por la ‘épica hazaña’ alcanzada (ja, ja, ja, mentiras un simple favor realizado) que me llenó de paz y alegría por haber servido al prójimo.

Hoy tienes la oportunidad de servirle de corazón a alguien, ¡hazlo desinteresadamente y sentirás de Dios una alegría inefable!

¡Ah, se me olvidaba!.. De camino a casa le daba gracias a Dios por esta experiencia, y me percaté al entrar a casa que estaba empapado con agua lluvia… y también… mi alma empapada… sí, empapada de la alegría de servir… pues inconscientemente venía silbando la parte de la cancioncita que dice: Y la iguana tomaba café, tomaba café a la hora del té…

Por Lic. Arcesio Lemus Guzmán
arcesiolemusguzman@gmail,com