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La niña Tulia es un personaje de la obra de David Sánchez Juliao, que gustaba tanto de las peleas con el vecindario que hasta pagaba por ellas. Por eso, su hijo Javier Durango, conocido en el bajo mundo boxeril como El Flecha, decía que cuando su madre falleciera compraría dos cajones: uno para su cuerpo y otro para su lengua.

Pero los lenguaraces se salieron de la literatura y andan sueltos en los pretiles de la realidad nacional.

Unas veces los hemos visto en el cuerpo de un presidente que, cansado de los ataques de un colega que ya no lo es, decidió hablarle en sus propios términos.

–Tú qué vienes a hablar –le dijo la mañana en que despertó en una barriada popular del Cesar– si el único vínculo que tienen mis hijos con el Estado es que uno de ellos está de soldado del Ejército, en cambio los tuyos, jumjuju-jumjujo…

Y el ex que anda buscando baratos para meterse en peleas, le reviró:

–No mijito, mis hijos no tienen negocios con el Estado ni yo soy socio de proveedores de Mindefensa. ¿Y tú?
Otra veces hemos observado a los pintorescos interlocutores en forma de exfuncionarios:
–Mi chino, usted se está pasando de bobo o de loco (para recalcar la fama de atolondrado que tiene el exvicepresidente).
–La que se hizo la loca con su pensión por discapacidad fue otra, que entró a trabajar a Caracol y ganó su pobre sueldito (para dejar ver que la Fiscal recibió del Estado 3.000 millones de pesos por la pérdida de un ojo, pero siguió trabajando como si nada).

En el rifirrafe político también intervino un senador, que conoce muy bien la literatura de Sánchez Juliao, y tras perder la pelea por el matrimonio igualitario y la eutanasia le dejó un dardo al presidente de su corporación: “Diosdado Cabello parece Winston Churchill al lado del presidente del Senado”, ronroneó, para mostrar que aquel le viene embolatando sus iniciativas.

Pero el bololó no paró ahí. En el mercado de verduras que por momentos parecía Colombia, intervinieron, ayer mismo, dos altos dignatarios de la nación. Uno, muy conservador, apostólico y romano, para decir que el marco jurídico para la paz era una caricatura porque extiende una amnistía encubierta a los victimarios. Y el otro, como no le gusta que le comparen con Vladdo o Turcios o El Panti, contestó: Tu concepto de justicia es del siglo XVIII, o peor aún, de 2.000 años atrás.

En fin, pullas van y pullas vienen, inspiradas, casi siempre, en el afán de avivar la aburrida campaña electoral que se avecina.
El asunto es que, por cuenta de esas ‘niñas Tulia’ de este tiempo, el país se está polarizando más. Basta revisar las secuelas de cada enfrentamiento en los comentarios de las redes sociales.

La tolerancia, como esencia de la coexistencia pacífica, es una gran ausente; el respeto, camino civilizado para hablar sobre las divergencias, ha quedado reducido a lenguajes altaneros y falaces. Y la diferencia, que en otras circunstancias sería una posibilidad para mirar el mundo a través del otro, es un referente de exclusión y discriminación.

Deberían recogerse –todos– y hacer lo propio con su hidrostato muscular, a menos, obviamente, que estén intentando estimular una próspera industria de ataúdes.

Por Alberto Martínez M.
amartinez@uninorte.edu.co
@AlbertoMtinezM.