Ya no llevábamos la frente en alto, como nos enseñó la dignidad. Tampoco vemos dónde pisamos, como indica el sentido común.
Ahora la mirada está fija en esos sofisticados aparatos, que de un tiempo a esta parte se adueñaron de nuestro mundo cuando creíamos que aquel nos llegaba a través suyo.
En la sala de reuniones no miramos a nuestro semejante. No hay tiempo ni interés. Los espejos del alma que decían las abuelas están muy ocupados pidiendo vidas en Candy Crush, actualizando estado en Facebook o gritando en Twitter que estamos aburridos.
Que ni papá o mamá nos pidan que hablemos durante el almuerzo. Suficiente con estar ahí, porque ahora es tiempo de Esteban, Ángela o Enriqueta, que esperan al otro lado del espectro. ¡Quién los manda!
Es probable que, inclusive, Esteban, Ángela y Enriqueta estén en la misma mesa, pero no importa: un whatsapp sobre las curvas de la muchacha que está apoyada en la baranda o el mal rato que les están haciendo pasar los viejos, potencia más la comunicación.
¿Te acuerdas de Julián? Sí, tonto, el novio de Sofía. Está de cumpleaños. Me lo acaba de recordar el Facebook. Mandémosle una carita feliz para ver si nos invita.
Ellos –los viejos– tampoco es que tengan mucha autoridad para hacer un reclamo. ¿Les notan la risita que nadie entiende? ¡Andan en las mismas, mijo!
Hey, ¿viste con quién anda el Fabi? Tómale una foto y súbela a Instagram.
Aquí todos somos la generación del ‘Phubbing’, una expresión formada por las palabras inglesas phone y snubbing, que significa menospreciar a quien nos acompaña por prestar más atención a un dispositivo móvil. Como descortesía, desaire o mala educación. Algo así.
Dicen quienes lo recuerdan que antes había más interacción entre las personas. Y que se reunían, y que tomaban café, y que iban al parque.
No nos pintamos a la gente hablando frente a frente, o riéndose a carcajadas que se ven y se oyen o salpicándose de salivas de simpatía por la cercanía entre ellos.
Esos tipos decimonónicos mencionan con frecuencia una cita del físico Albert Eienstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo dicho solo tendrá una generación de idiotas”. Qué vaina más incomprensible.
Porque, fuese lo que fuese, la vida de hoy es distinta. Tienen que entenderlo.
¿Cómo andar sin un teléfono inteligente? Dime tú. ¿Cómo estar desconectados de la humanidad? ¿Cómo dejar esperando a nuestros amigos que, donde quiera que estén, también tienen la frente baja y caminan a punto de tropezarse? Ahí sí habría desaire, descortesía y mala educación.
Lo que hay que asumir es que estas son otras épocas. Y cada vez será peor (o mejor).
Un estudio de la compañía Cisco Systems revela, por ejemplo, que en el año 2016 los 7.300 millones de personas que poblarán el planeta tendrán 10.000 millones de smartphones y tabletas; es decir, habrá más equipos de estos que gente.
Y Colombia, que tiene la más alta penetración de smartphone del mundo, con una tasa de 245 por ciento, tendrá a la mayoría de su población en esos rangos de tenencia, según otra investigación.
No hay nada que hacer. Seremos, entonces, más idiotas. Según el tal Einstein.
Por Alberto Martínez M.
amartinez@uninorte.edu.co
@AlbertoMtinezM