Compartir:

Desde el mismo momento en que asumió el poder, Santos y Uribe se han esforzado por demostrar la fractura de un matrimonio que funcionó en el pasado. Juan Manuel ha sido llamado traidor por no seguir las reglas de su antecesor, y Uribe se ha valido de esa ‘traición’ para mantenerse activo. Pero, ¿qué habría pasado si Santos no lo hubiera traicionado? De hecho, ¿realmente lo traicionó?

Desde la independencia, el poder de este país se ha nutrido de la polarización ciudadana. Es la carne de nuestros líderes: más que en propuestas propias y en soluciones efectivas, el liderazgo político en este país se basa en lograr que el pueblo odie al adversario. Como los raperos. Desde Bolívar y Santander, saltando a las aciagas fechas de Laureano y cayendo hasta nuestros días, no ha sido diferente. La única tregua aparente fueron los años del Frente Nacional, cuyo espíritu obedecía, precisamente, a hacerse pasito entre los partidos.

Santos y Uribe no han sido ajenos al juego. Ambos se conocen, nos conocen muy bien y saben que a este país es fácil infundirle veneno. Jugando al chovinismo, Uribe incluso posicionó como su enemigo hasta a los presidentes de las naciones vecinas, logrando consenso nacional y sus mayores cotas de popularidad.

La tal traición de Santos, más que ideológica, políticamente le era necesaria, pero ha reportado ‘ganancias’ de lado y lado, pues este país lo ‘arregla’ –desbarajustándolo– todo aquel que se promociona en primera plana y, para bien o para mal, ninguno de los dos ha dejado de sonar. Hilando muy delgado, casi se diría que lo pactaron de antemano.

Es absurdo no creer en el distanciamiento pero, ¿y si no existiera? Hagamos el ejercicio de pensarlo. Finalmente, la política es el arte del engaño: cuando se está cerca del enemigo, hay que hacer creer que se está lejos. Lo sabemos desde Sun Tzu, quien dijo “Luchar con otros cara a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo”. Santos y Uribe nos dan razones para enemistarnos: con el odio esparcido entre el pueblo, quienes ganan son ellos. Tal cual el segundo mandamiento de Gordon Gekko, “Si no estás dentro, estás fuera”. Ellos dos están dentro y 40 millones de colombianos seguiremos por fuera.

Durante estos tres años ha habido una luna de miel y una luna de hiel. Mientras el uno prestó su nombre para ser amado, al otro no le importó posicionarse como el tirano. Justo ahora, ad portas de elecciones, a Santos parece escapársele el país de las manos mientras que no pocos siguen apostando por la encarcelación del expresidente: ni lo uno ni lo otro va a suceder.

¿Acaso este par escribió a cuatro manos un libreto que hasta el momento se ha cumplido? Repito: afirmar esto suena a total falta de sindéresis. Lo cierto es que durante los próximos años ambos conservarán el poder, uno en cada rama. Y así será hasta que un tercero logre encausar un nuevo odio entre los colombianos.
Clara es un paracaidista que solo tiene a su favor el apellido de su abuelo. Y, a pesar del buen trabajo que ha hecho desde que depuso su propio odio, contra Navarro queda fácil revolcar la bilis nacional evocando su pasado guerrillero. Cualquier otro Gaitán o Galán que invoque causas comunes será asesinado. Ni es una premonición, ni hay que ser brujo para entenderlo. Es la realidad que hemos permitido durante doscientos años.

“La imbecilidad cambia de tema en cada época para que no la reconozcan”, escribió Gómez Dávila. De ser cierta esta tesis, tan pronto Santos sea reelegido y Uribe vuelva al Senado, se acabaría esa ‘pelea’, entrando a la segunda fase del guión, que podría ser la unión de ambos para cambiar otro articulito.

Y así, ¡per secula!

Por Alonso Sánchez Baute
@sanchezbaute