Involucrar un grupo de personas con características especiales en uno de los entretenimientos mas codiciados en el mundo, como el fútbol, ha dejado al descubierto una enfermedad que no solo se presenta en países como Colombia sino también en los desarrollados como Inglaterra o Alemania. Grupos de personas afectadas en momentos de pánico, y de pasión futbolera, algunos bajo los efectos de drogas y otros esperando un clásico, que puede volverse uno de los escenarios más grotescos y desgarradores, otros inocentes de lo que está pasando, se envuelven en sangrientas batallas de animales salvajes. La causa de la muerte de muchos, el trauma con armas contundentes, cortopunzantes o armas de fuego, ahogamiento, sangrado incontrolable o daño cerebral agudo, lesión de órganos vitales, de los que cuando se salvan quedan parapléjicos, u otros daños importantes, muchas veces irreparables. Todo por un partido de fútbol, al que creemos, vamos a divertirnos y pasar un rato ameno. Los velorios después de los grandes partidos, cada vez más frecuentes, en donde el objetivo de algunos participantes es propiciar el robo, el vandalismo, se constituyen en eventos que no parece que pudiéramos entender.
La enfermedad empieza en casa, en donde la costumbre logra transmitir la pasión por encima de todo, con el desconocimiento de las actividades de los hijos, muchos menores de edad, adolescentes o jóvenes, conducidos por aquellas hordas que parecen actuar como poseídos por el demonio, arrasando con lo que encuentren a su paso, escondiéndose en las multitudes, aprovechan la ingenuidad de muchos para dar rienda a toda clase de conductas totalmente repudiables. Lo más difícil es identificarlos; dentro de las llamadas barras bravas se esconden elementos irresponsables, sádicos, enfermos mentales, drogadictos y todo aquel que, cayendo en desgracia, busca satisfacer instintos salvajes, que en esas grandes multitudes son extremadamente difíciles de reconocer.
Mientras la enfermedad se establece, y se difunde como una epidemia, el Gobierno busca la solución en la Policía, como si fueran los uniformados los responsables de los desmanes y crímenes. Los organizadores del espectáculo todavía se preguntan si tienen que participar en enfrentarla, cuando solamente están interesados en obtener buenos dividendos, sin importar los muertos, los heridos, los robos y demás desastres acompañantes. ¿Será también culpable la justicia y su legislación deficiente, para castigar con penas ridículas a estos criminales?
La solución inicial es reconocer la enfermedad de las barras bravas como una patología propia de nuestro medio, que permanece entre nosotros y se extiende en el mundo como una pandemia o diseminación universal, transmitida en, o alrededor, de los estadios, o sitios en donde la intolerancia no permite otra camiseta diferente a la de su equipo predilecto. La enfermedad de las barras bravas tiene elementos básicos para su identificación y cumple con los criterios como tal, se presenta en una población sin control, proveniente de familias que abandonaron sus hijos desde la infancia, convirtiéndolos en elementos dañinos para la sociedad, con una personalidad de criminales o asesinos natos, cegados por la furia de una camiseta. Enfrentarla es atacar la drogadicción, el abandono del hombre por el hombre, darles una vida sana a los niños y formación a los jóvenes, para que en el futuro no necesiten tener un policía al lado para comportarse bien. El Estado no debe permitir más la formación de criminales ante los grandes desajustes de la unidad familiar.
Por Álvaro Villanueva, MD
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