Sandra Morelli no se ha robado un solo peso. Eso no tiene discusión. Pero ha violado sistemáticamente la Constitución y la ley, arrogándose competencias que no tiene y utilizando su poder omnímodo para perseguir a quien haya que sacar del camino, de acuerdo a las necesidades del momento. Esas nefastas y oscuras actuaciones ciertamente configuran varios delitos, entre los que se encuentra el prevaricato por acción.
La contralora empezó bien, actuando con celeridad, objetividad y recuperando grandes cantidades de dinero sustraído ilegalmente de las arcas públicas. Llegó con buenas intenciones, pero, al poco tiempo de ostentar su cargo, el poder y el aplauso de la galería terminaron por corromperla. La doctora Morelli se creyó el faro moral y la luz de la verdad de un país que, como el nuestro camina, por la senda del desastre: prevalida del aura de ‘salvadora de la patria’, creyó estar por encima de la ley, y ese fue su error.
Unas veces fungió de ‘brazo armado’ del gobierno, para suspender y sancionar sin fórmula de juicio a los mandatarios seccionales que no eran del agrado del ejecutivo; otras tantas, utilizó el puesto para decantar odios y hacer de la desgracia de sus enemigos, un botín de guerra. Arbitraria y atropelladora, ordenó interceptaciones ilegales, acosó judicialmente a sus vecinos, por no doblegarse ante sus excéntricos gustos, y alquiló un edificio que vale un ojo de la cara, a pesar de que la Contraloría tiene sede propia, entre muchos otros entuertos, que son materia de investigación.
Hoy, con el sol a las espaldas y un pie en la cárcel, la doctora Morelli advierte aterrorizada cómo se derrumba su imperio de injusticias. La contralora es la prueba viviente de que un funcionario público solo es honesto de verdad cuando respeta la ley a cabalidad.
El presidente Santos también está en el peor de los mundos. Por una parte, su reelección se ve lejana: las encuestas son contundentes. Hipotecó su futuro político al proceso de paz con las Farc; pero la mayoría de la gente rechaza la negociación y el estado de los diálogos es crítico, lo que, paradójicamente, pone al primer mandatario en manos de la guerrilla.
Así de sencillo. El otrora dueño del balón ahora es un simple jugador secundario. Si las Farc siguen en la mesa o se paran de ella, para los votantes habrá un solo responsable, políticamente hablando, y ese es Juan Manuel Santos. Pierde con cara o sello.
Santos tenía una salida digna: jugársela por la paz y no aspirar a un segundo periodo. Ya es demasiado tarde para eso. El presidente se engolosinó con el poder y comprometió la poca gobernabilidad que le quedaba, al utilizar el proceso de paz, como plataforma electoral. Hoy está hundido, sin posibilidades de reelegirse y dependiendo de Vargas Lleras y Timochenko. Todos tenemos claro, a estas alturas, que, si se retira de la contienda, no es por falta de ganas, sino de votos.
Santos prefiere dejarle el poder a Vargas Lleras y no a Uribe. Si Germán Vargas se corona Presidente, acabará de un plumazo con cualquier acuerdo al que se llegue con las Farc –si es que hay uno–, eso sin contar con, que de no darse el armisticio, en todo caso el exministro los acabará a plomo. Nada resultaría más incoherente para Santos que dejarle el camino libre a un enemigo acérrimo de la guerrilla y de la salida negociada al conflicto. El presidente sabe que Vargas Lleras, en algún momento, lo traicionará, tal cual el mismo Santos lo hizo con Uribe.
Moraleja: la violación de la ley y la deslealtad, se pagan caro.
La ñapa I: La violencia en el fútbol da asco.
La ñapa II: Acertado nombramiento el de Luis Humberto Martínez Lacouture, como Director del ICA.
La ñapa III: Tan queridos los de Claro: ¡Regalan 5 minutos después de meses de pésimo servicio!
Por Abelardo De la Espriella
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