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Cuando el rey nazarí Boabdil le hizo la guerra a su padre provocando la capitulación de Granada, España, en 1492, no terminaban los enormes procesos migratorios de los árabes que a través de la historia de las civilizaciones fueron y son una de las razas más desplazadas de la humanidad. Cuando llegaron a Colombia entrando principalmente por Puerto Colombia, huyendo de la dominación otomana, siempre impulsados por las guerras a buscar otras distancias y buscar nuevos ensueños, jamás imaginaron encontrar en las nuevas tierras suramericanas tanta acogida y hospitalidad.

Con recelo al principio, por supuesto, por aquella gente de nombres raros, Colombia al menos, muy pronto los vio surgir a base de una cualidad humana quizás exótica a veces en nuestra propia raza: el esfuerzo. Pero les abrimos los brazos porque así somos, y ellos se entregaron con fervor a la nueva causa que les daba sustento, calor y afecto y, además, una nacionalidad que les liberaba el orgullo y la contribución a toda empresa que se les planteara. Barranquilla y la Costa Caribe por lo general los introdujo a la corte de una comunidad anticlasista, lo mismo que hizo con los alemanes, italianos, españoles, gringos y sefarditas.

Barranquilla llegó a tener hace treinta años un club social de categoría por cada nacionalidad afincada entre nosotros. Hoy subsisten algunos. Pero los árabes se dedicaron, al igual que los otros inmigrantes, no solamente a subsistir con sudores y lágrimas sino a escribir con nosotros al lado la propia historia. Así, tenía razón Germán Arciniegas, el célebre escritor y sociólogo, cuando manifestó que los europeos y orientales no nos descubrieron a nosotros que ya poseíamos nuestras propias civilizaciones formadas, pues lo que hubo fue un encuentro de estas.

A raíz del magnífico Encuentro Colombo-Árabe recientemente realizado en esta ciudad, donde fue manifiesta la integración de estos pueblos con los colombianos, es interesante estudiar con detenimiento que no hay una actividad en la vida de Colombia donde los árabes no se hayan destacado. Palestinos, libaneses y sirios se hicieron presentes en este encuentro con embajadores además de Egipto, Marruecos y Argelia. Y se pudo apreciar con ese toque estelar de las cosas y costumbres finas los cimientos de esas culturas milenarias que vinieron a estas tierras a imponer su donaire y su arte. Así como los árabes nos legaron las matemáticas, las raíces de una gran parte de nuestro lenguaje, pasando por el filtro castellano, la filosofía, la literatura, el arte mudéjar, así nos dieron su sangre.

Es difícil imaginar después de seis siglos aposentados en España que una parte considerable de nuestra raza no tenga centímetros o milímetros de raza árabe. Y nos cuesta trabajo a veces imaginar los valores que se han agregado con el cruce de razas en nuestras villas. Cruces hoy día orgullo de unas estirpes que trabajan por y para Colombia.

Esta clase de certamen aparentemente sociales desde su portada exterior tienen muchísimo más que un mensaje en sus virtudes intrínsecas: que el mundo es un solo todo y que la Costa Caribe es la tierra de los brazos abiertos. Gracias, Doña Zuleima y organizadores por darnos la oportunidad de encontrarnos con nuestra propia espiritualidad, en un país que no vive solamente de la violencia, los odios, las pasiones personalistas, los egoísmos, la ceguera social y política. Gracias por estos momentos y espacios de paz que tanto dignifican a los humanos y nos acercan cada día más.

Por Alvaro de la Espriella