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Hoy, las tres personas de esta ciudad que ocupan cargos del más alto nivel en el Gobierno nacional y local son mujeres; inequívoco síntoma de la inatajable incursión femenina en el mercado laboral y en los asuntos públicos. Pero Cecilia Álvarez-Correa, ministra de Transporte; Tatyana Orozco, directora de Planeación Nacional, y Elsa Noguera, alcaldesa de la ciudad, tienen en común más que gentilicio y género: son exalumnas del mismo colegio, el Marymount de Barranquilla. ¿Casualidad? Con frecuencia las casualidades no lo son tanto. Y si se trata, en cambio, de una causalidad, ¿en qué radicaría esta?

Son muy diversos los conocimientos y muchas las competencias que imparte un colegio, pero hay instituciones que imprimen carácter, transmitiendo valores más duraderos que una conjugación verbal, una ecuación algebraica o una destreza manual. Y el Marymount ha sido una de esas instituciones. Hay tres rasgos que distinguen a muchas de sus exalumnas y exalumnos: la disciplina –para las tareas, para el orden, para el respeto– que a poco andar no resulta difícil transformar en disciplina para el trabajo y para asumir con entereza las responsabilidades que la vida nos arroja a veces abruptamente. La sensibilidad social, en la cual se inician desde primaria para asegurar la educación de las niñas de la escuela gratuita Madre Bernarda y para adquirir el compromiso de devolver a la sociedad parte de lo mucho que han recibido de ella. Disciplina y sensibilidad que mitigan las fuerzas distractoras omnipresentes en esta capital de la frivolidad. En tercer y no menos importante lugar, la ética. La enseñanza de que, más importante que ser, es el camino para llegar a ser.

Hace cosa de un mes el periódico El Tiempo publicó una entrevista con el críptico encabezado “En General Electric no solo valen los resultados”. Intuyendo el significado encontré su explicación en una frase casi suelta: “No importan solo los resultados, sino el cómo conseguirlos”. Poderoso mensaje, pero el lugar de trabajo resulta tarde para hacerlo propio. Conozco una empresa en Colombia que nació grande y luego necesitó quince años para formar un grupo humano con valores compartidos, tiempo durante el cual tuvo que despedir cientos de empleados de todos los niveles por violaciones a las políticas de ética. Hace unos años escuché una magistral intervención en la ceremonia de grado de la Universidad de los Andes titulada precisamente “Nos importa el cómo”: ¿Cómo hiciste el primer millón? ¿Cómo llegaste a ese cargo? ¿Cómo conseguiste ese contrato? Valiosa lección, pero aún la época universitaria parece extemporánea para ese aprendizaje. La casa y el colegio son los lugares propicios y oportunos para ese cometido. Si en tu casa escuchas que todo se arregla con billete o si comienzas la vida escolar convencido de que copiar es un derecho y dejar copiar es un deber, para no mencionar transgresiones de mayor calibre, no será mucho el campo de acción que le quede a los profesores universitarios ni a los jefes de oficina para enderezar hábitos torcidos.

Confío en que las presiones propias del poder no encontrarán fisuras en la sólida formación de las tres representantes que hoy nos enorgullecen, y hago votos porque su colegio, ese baluarte moral legado de sister Johanna Cunniffe, ahora patrimonio intangible de la ciudad, no sea resquebrajado con argucias como la de proteger la libertaria expresión de la personalidad.

Por Ricardo Plata Cepeda
rsilver2@aol.com