Gratos recuerdos me trae una mañana de un mes de marzo, cuando unos chubascos que presagiaban un día fresco motivaron positivamente a las personas que nos encontrábamos en el viejo aereopuerto de Valledupar. Allí estaba también Tobías Enrique Pumarejo, quien ayudó a mitigar la demora de la llegada del avión que esperábamos de Bogotá cantando sus composiciones, acompañado solo con golpecitos rítmicos que con sus manos extraía asombrosamente de una mesa metálica. Ese inesperado encuentro se grabó en mi mente y fortaleció mi inquietud por conocer a través de cercanos todo lo concerniente a la vida y creaciones musicales de este compositor nacido en Valledupar en 1908, descendiente de familias distinguidas y propietarias de hermosas haciendas ganaderas. Don Toba, como cariñosamente lo llamaban, marcó un hito trascendental en la música vallenata. Él, sin saber ejecutar ningún instrumento musical, compuso con sencillez admirable y con profunda exquisitez versos poéticos que adornaron las más bellas canciones por medio de las cuales expresó sus vivencias.
La vida de Don Toba indudablemente era la música, y la mujer, el motor de su existencia. Sus experiencias de vida las expresa en versos líricos quedando impresos en sus composiciones. Este gran cantor de amores, de desengaños, de sus caballos, describe con vehemencia el sujeto que lo inspira, sublimizando el momento de desesperación, si es el caso, originado por sus fallidos intentos de conquista, sin mencionar jamás el nombre de la mujer que lo entusiasmó o agobió. Para él, un hombre detallista y sentimental, lo verdaderamente importante era aquello que le llegaba al corazón. Varias de sus canciones se han convertido en clásicos de nuestra música vernácula como: La víspera de año nuevo, Calláte corazón, La cita, Mírame, etc., por la calidad de sus melodías y letras que son agradables de escuchar en cualquier momento. Todas ellas son el fruto de su admiración por alguien, como es el caso de la canción Mírame, reconocida internacionalmente, en la que su melodía es inspirada en la encantadora y entusiasta joven vallenata Paulina Mejía, quien años después fue la esposa inseparable de un hombre grande de Valledupar, Pedro Castro Molsalvo.
Su canción Calláte corazón se escucha en todos los rincones del país. En esta composición describe el profundo dolor que le originó Elvirita Martínez, una preciosa mujer de San Ángel (municipio del Magdalena), donde Don Toba la conoció e inició unos amores apasionados. Este galante compositor de fácil expresión y elegante vestir visitaba frecuentemente ese pueblo querido, punto de reunión de los músicos de la época, porque allí les reparaba los acordeones el herrador de bestias Olmedo Mora, quien ante la dificultad de importar el instrumento y sus repuestos, aprendió ese oficio. Por algún tiempo Don Toba no visitó a su morena, pasaba muchos días parrandeando con Luis Enrique Martínez en la cantina de Gregoria Cujia, situada en el cacerío Cuatro Bocas, cercano a su finca El Otoño. Cuatro meses después aperó su caballo y salió en busca de ese amor ausente pero no olvidado. Al llegar a la casa de su amada en San Ángel, no la encontró pero una sobrina le informó que había salido desde el mediodía para donde una amiga que vivía en la parte trasera de la plaza. De inmediato fue en su búsqueda y la vio en la puerta de la calle sentada en las piernas de un policía, en una vieja mecedora momposina. Ante esta desgarradora sorpresa su dolor fue tan grande que en silencio improvisó unos versos desconsolados que brotaron de su alma :
Una pena y otra pena
Son dos penas para mí
Ayer lloraba por verte
y hoy lloro por que te vi
De la vida de Don Toba hay muchas más cosas por contar pero el espacio no lo permite. Traigo a colación un verso de despedida de su inspiración
“Muchos recuerdos le dejo con alegría se despide Pumarejo como fiel y buen amigo las muchas gracias les pido, las muchas gracias les dejo. Yo soñaré con ustedes y ustedes sueñen conmigo”.
Por Ricardo Gutiérrez
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