Apocos días de comenzar a profundidad los diálogos entre el Gobierno y las Farc en Cuba es incuestionable que en vez de señales de paz y reconciliación, algunos actores del conflicto están empeñados en enviar señales de confrontación mediante crueles atentados, masacres y actos extorsivos con los cuales intentan expresar que están interesados en perpetuar el estado de caos y conflicto en el país.
No se puede negar que todos estos hechos de violencia que han dominado el espectro noticioso nacional, regional y local en los últimos días han suscitado un amargo sabor en que se mezclan sensaciones de horror, estupor e indignación en la mente de los colombianos, incrementándose la percepción de inseguridad a lo largo y ancho del territorio nacional.
Una señal inequívoca de guerra es el paro armado organizado en el Chocó, organizado del 8 al 17 de noviembre por subversivos de las Farc, en alianza con narcotraficantes de esa región. El Gobierno ha desplazado fuerzas especiales para recuperar la normalidad en esta importante zona que comunica al Chocó, en la que se han afectado el comercio y las rutas fluviales y terrestres con el Valle del Cauca, Risaralda, Antioquia y Cundinamarca.
Otro indicativo del espíritu bélico de esos grupos es a través del atentado con carro-bomba perpetrado este fin de semana en el municipio caucano de Suárez con un saldo de 26 personas heridas. Esta última seña ha sido emitida por militantes de las Farc enquistados en las montañosas selvas del occidente colombiano, las cuales se resisten a aceptar los diálogos de paz que se adelantan internacionalmente en las mesas de diálogo recién instaladas.
Otra forma de expresar esa perversa inclinación por la guerra es la dolorosa matanza de 10 trabajadores de una finca en Santa Rosa de Osos, Antioquia, y de la cual ha habido pronunciamientos hasta de la ONU. Esta masacre en una época en que se adelanta un serio proceso de paz, refleja el posible retorno de grupos de paramilitares, mezclados con reductos de ultra-derecha, que aprovechan la experiencia obtenida en la lucha contra la subversión para ahora presentarse en forma de bandas criminales dedicadas a la extorsión de ganaderos y al narcotráfico, peleándose esa zona de explotación minera y de producción de coca en Antioquia.
Como una preocupante ramificación de esas bandas criminales se considera la seguidilla de vacunas, boleteos, chantajes, secuestros y extorsiones que se están presentando en la Región Caribe. Es así como los grupos élites del Ejercito Nacional que operan en La Guajira, Cesar, Atlántico y Magdalena han reportado más de 170 capturas por delitos de extorsión y secuestro en el 2012. Por su parte, el director Anti-secuestro y Extorsión de la Policía Nacional informó a principios de mes que en Colombia hay 76 personas en manos de las Farc, el ELN, la delincuencia común y grupos paramilitares, a la vez que en Barranquilla han aumentado en un 15%, habiéndose capturado 73 plagiarios. En La Guajira, de agosto para acá, han sido secuestradas cuatro personas, de las cuales una de ellas escapó baleada, en el reciente fin de semana, mientras que su esposa, que también había sido raptada, fue asesinada.
Es imperativo que se intensifiquen los operativos de las Fuerzas Armadas, con resultados concretos, para controlar estas manifestaciones de guerra. Todos estos casos hacen revivir el fantasma de la violencia en las mentes de los colombianos, los cuales exigen que a esos esperanzadores diálogos de paz que se reanudarán en Cuba, las autoridades civiles y militares no bajen la guardia con fines de erradicar esa sangrienta intensificación del terrorismo en la nación.