En medio de la celebración del Carnaval, que concluyó con éxito en la madrugada de este martes con el tradicional entierro de Joselito, el mundo católico se estremeció con la sorpresiva renuncia del papa Benedicto XVI.
Nadie esperaba tal noticia. Trascendental, sin duda, pues desde hace 598 años un sumo pontífice no renunciaba al cargo. Desde ya, las cábalas se centran en torno a la edad y el perfil de quien ha de suceder a Joseph Ratzinger.
Si nos atenemos al texto en latín, leído por el Pontífice ante una reunión de cardenales, la razón de su determinación fue su avanzada edad, los achaques que ya no le permitían “ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. Un papa, finalmente, es un ser humano, como cualquier otro. Solo Dios es eternamente joven.
Hay voces, sin embargo, que insinúan que Benedicto XVI recibió presiones que lo condujeron a dimitir, por razones atribuibles a la filtración de información del Vaticano por parte del mayordomo papal a un periodista, y a los hechos de pederastia protagonizados por sacerdotes en varios países, frente a los cuales el Papa dimitente admitió que a la Iglesia Católica le faltó una actitud “vigilante, veloz y decisiva”.
Pero las opiniones de prelados y jefes de Estado han sido coincidentes en que fue “valiente” la determinación del Papa, al punto que un destacado vocero de la Iglesia llegó a afirmar, haciendo alusión a los mandatarios que se aferran al poder, que esta es una muestra de desprendimiento y humildad.
Ratzinger, considerado uno de los líderes más brillantes de la Iglesia, se ha distinguido, igual que su antecesor, Juan Pablo II, como un pastor conservador que solo llegó a hacer concesiones respecto al preservativo, ante la necesidad de contener el flagelo universal del sida.
Como ha sido ritual en las elecciones papales, esta, desde luego, no estará exenta del misterio. Ciento veinte cardenales, de los cuales hace parte el colombiano Rubén Darío Salazar Gómez, presidente de la Conferencia Episcopal, escogerán al nuevo Papa, quien deberá lograr, siguiendo la reforma introducida por Benedicto XVI para la elección de su sucesor, dos terceras partes en todas las votaciones del cónclave cardenalicio.
Los analistas vaticanos han empezado a hacer sus pronósticos. Algunos creen que podría haber inclinación por un pontífice joven que liberalice la Iglesia, abriéndola a temas que hoy exigen una respuesta cabal como el celibato y el sacerdocio femenino, entre otros. Pero no descartan tampoco que surja un papado de transición, que en lo esencial mantenga la línea ortodoxa de Ratzinger, quien aunque estará lejos de la elección de su reemplazo ejercería influencia en la decisión de los cardenales.
En todo caso, lo que sí no es previsible es que la Iglesia Católica emule la situación política colombiana de un papa gobernando mientras otro trina desde la oposición. En la Iglesia, la unidad es granítica y es muy difícil que se presenten ese tipo de fisuras. Pero va a darse una circunstancia extraña en la historia del catolicismo de un sumo pontífice mandando en la sede vaticana y otro retirado en un monasterio de monjas. Una situación inédita.
En la lista de los que suenan están los cardenales Marc Ouellet, Angelo Scola, Gianfranco Ravasi, Christoph Schoenborne, Luis Antonio Tagle, Peter Turkson, Timothy Dolan y los latinoamericanos Joao Braz de Aviz, Odilio Pedro Scherer y Leonardo Sandri.
No obstante la renuncia de Benedicto XVI, Colombia tendrá santa el 12 de mayo, al ser canonizada la madre antioqueña Laura Montoya Upegui.
Y es curioso: en medio de la sorprendente renuncia del Papa, que cayó como un rayo, uno de verdad
–como lo registran los medios de comunicación y las redes sociales– cayó sobre la cúpula vaticana. El hecho ha desatado un hervor de especulaciones místicas. ¿Simple coincidencia derivada de las lluvias romanas de estos días?