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Se cumplen hoy cien años del natalicio de Alfonso López Michelsen, presidente de la República entre 1974 y 1978. Su trayectoria vital estuvo marcada desde muy joven por una inteligencia y un talante liberal que le permitió dejar huella en la historia reciente del país. Intelectual de sofisticada formación académica y político combativo como pocos, Afonso López Michelsen logró dejar una impronta en la vida nacional de la que fue protagonista de primer nivel, desde el momento en que irrumpió al lado de su padre, el expresidente Alfonso López Pumarejo, hasta que falleció en Bogotá a la edad de 96 años.

Alfonso López fue centro de atención nacional durante más de 50 años y siempre fue tenido en cuenta a la hora de tomar decisiones que comprometieran el futuro del país. López Michelsen fue determinante, por ejemplo, para que la alternancia del poder durante el esquema bipartidista que puso fin a la violencia política nacional llegara a buen término, pese a la resistencia que tuvo en sus inicios la fórmula planteada por Alberto Lleras y Laureano Gómez. De hecho, fue el primer presidente elegido una vez finalizado el Frente Nacional, luego del mandato de Misael Pastrana Borrero, el último de los mandatarios ‘frentenacionalistas’.

Al ganar la Presidencia en 1974, luego de derrotar de manera apabullante a Álvaro Gómez Hurtado, Alfonso López Michelsen inicia un gobierno -conocido como el ‘Mandato claro’- que lo convierte, sin duda, en uno de los grandes referentes de la política nacional en las últimas décadas. Es así como desde el palacio presidencial tiene una activa participación en el llamado Grupo de Contadora, que permitió superar el conflicto armado centroamericano y lo convirtió en uno de los líderes del Continente; maneja de forma acertada la llamada bonanza cafetera, que puso al país a competir con verdaderas potencias del grano, como Brasil; lidera la negociación de una serie de conflictos limítrofes con países vecinos, incluyendo la que se llevó a cabo con el gobierno de Nicaragua, cuyo desenlace se acaba de presentar con el fallo del Tribunal Internacional de La Haya y que terminó cercenando la soberanía nacional en el Archipiélago de San Andrés.

A López Michelsen le tocó manejar el gran paro de las centrales obreras en 1974, que sirvió para medirle la temperatura a un gobierno que era calificado por la oposición como demasiado blando con las organizaciones sindicales y sociales. López afrontó y superó, no sin sobresaltos, que todo hay que decirlo, el que se convirtió en el mayor pulso entre el Ejecutivo y los grupos contestatarios de izquierda. López Michelsen abrió las puertas para que la mujer fuera protagonista de la política nacional, nombrando en algunas carteras a féminas de prestigio nacional, como María Helena de Crovo. Igual sucedió con alcaldías y gobernaciones.

Pero, además, López Michelsen dejó una huella indeleble en la Región Caribe, que siempre lo acogió como uno de los suyos. Sus ancestros vallenatos, de los que se ufanaba en público y en privado, le sirvió para ser el embajador del folclor vallenato en Bogotá, a donde se encargó de llevar, junto con Gabriel García Márquez, Rafael Escalona y Consuelo Araujonoguera, la caja, la guacharaca y el acordeón para enamorar con nuestra música a los ‘cachacos’, que quedaron deslumbrados con las historias contadas y cantadas en paseos y merengues.

En la Región Caribe, López Michelsen jugaba de local. Así fue desde que en un acto de rebeldía contra su partido fundó el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), que le sirvió de plataforma para que desde el bucólico Valledupar proyectara su figura al escenario nacional. López encontró en el Caribe el terreno abonado para propagar sus ideas que lo llevaron a la Presidencia en 1974 con una gran votación en esta región del país.

Al cumplirse 100 años de su natalicio, el país rinde tributo al que fue considerado el último de los grandes liberales, al lado de Alberto y Carlos Lleras. En su parábola vital, López Michelsen se encargó de no pasar desapercibido. Quienes lo quisieron y quienes lo confrontaron reconocieron en él a un contradictor implacable pero leal y firme en la defensa de sus ideas. La huella de López perdurará por siempre en el país, pero sobre todo en la Región Caribe, donde siempre se sintió como en su propia casa.