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Un día como hoy, hace nueve años, fue asesinado en Barranquilla el sociólogo Alfredo Correa De Andreis, que desarrollaba trabajos de apoyo y asesoría a ciudadanos desplazados por la violencia. El 14 de septiembre de 2011, cuando estaba a punto de cumplirse el séptimo aniversario del crimen, la Corte Suprema dictó sentencia sobre aquel execrable suceso, condenando al exdirector del DAS Jorge Noguera y al jefe del grupo paramilitar Bloque Norte, Jorge 40.

“Mientras el primero, a través de sus fiscales de inteligencia y de policía judicial fabricó un montaje para hacerlo ver como subversivo, el segundo ejecutó a un falso guerrillero”, señalaron los magistrados en la sentencia.

Aquel fallo memorable, además de condenar a los culpables, conminó al DAS a pedir perdón por su participación en el crimen. Ese acto público de contrición lo protagonizará hoy el actual director del DAS en supresión, Ricardo Giraldo Villegas, quien ofrecerá disculpas a los familiares de la víctima en el mismo lugar en el que fue abatido Correa De Andreis, calle 59 con carrera 53, donde hay una placa que recuerda el tenebroso acontecimiento.

A la familia del sociólogo le asiste toda la razón cuando afirma con desconsuelo que ningún perdón podrá devolverles al ser querido asesinado por las balas de la intolerancia. Lo mismo podrían decir todos los barranquilleros, que en aquel crimen perdieron a un gran conciudadano, un intelectual comprometido con la causa de los más desfavorecidos y los castigados por la violencia que desde hace lustros desangra el país.

Pero, a pesar de ese hondo sentimiento de pérdida que pueda embargar a familiares y amigos de Correa, el acto que se realiza hoy es de enorme trascendencia por la carga simbólica que implica. Es un reconocimiento de los excesos que ha cometido el Estado en nombre de una pretendida lucha contra el terror que, con demasiada frecuencia, tomó derroteros inaceptables para una democracia digna de tal nombre.

El asesinato de Correa se produjo en uno de los momentos más siniestros de la historia reciente de Colombia, en que los grupos paramilitares y las guerrillas sembraban el horror en todo el país, en una espiral de violencia donde todo valía con tal de eliminar al enemigo, fuera o no real.

Pero si una lección cabría aprender para siempre de los hechos que condujeron al asesinato de Alfredo Correa De Andreis es que ni siquiera en los momentos de caos y zozobra, como el que imperaba en Colombia en aquellos momentos, el Estado debe perder de vista cuál es su verdadero sentido, que es el de garantizar la seguridad y protección a los ciudadanos, y no erigirse en cómplice activo de la violencia.

Correa era incómodo para determinados poderes, y por eso se diseñó una estrategia muy bien meditada para suprimirlo. Desafortunadamente, el sociólogo no ha sido la última víctima en este historial de sangre. Asociaciones criminales enemigas del proceso de restitución de tierras emprendido por el Gobierno matan sin piedad a quienes osan reclamar sus parcelas. Y la guerrilla, por mucho que las Farc estén negociando la paz con el Ejecutivo de Santos, sigue representando una amenaza para la estabilidad del país.

En este contexto, el que una institución como el DAS (aunque se encuentro en proceso de extinción) pida perdón por el asesinato de Correa De Andreis constituye un mensaje alentador para todos los ciudadanos de bien que desean vivir en un Estado fiable, libre de sospecha, donde las guerras sucias, si las hay, las lleven a cabo los delincuentes y no los responsables de perseguirlos.