Compartir:

En un clima de turbulencias en diversos puntos del planeta, hoy se celebra el Día Internacional de la Paz. Este valor universal se encuentra amenazado por conflictos bélicos en curso, por ruidos de guerra entre naciones o por inacabables confrontaciones intestinas en numerosos países.

En la martirizada Siria, el supuesto uso de armas químicas por parte del régimen de Al Assad contra sus opositores ha generado una amenaza de invasión por parte de Estados Unidos. En México, la cruenta guerra entre cárteles de la droga sigue desangrando al país. Afganistán, Pakistán, Egipto, República del Congo, Yemen, Sudán, Libia, Kenia, Turquía y Colombia, entre otros países, tampoco están exentos de las manifestaciones más crueles de violencia, motivadas por diferentes motivos.

Pocos países en el mundo disfrutan del privilegio de vivir en condiciones de paz. Millones de personas nunca han experimentado con plenitud los beneficios de vivir en un ambiente pacífico, donde la existencia humana pueda desarrollarse con dignidad y perspectivas de futuro.

En Colombia, que soporta un violento conflicto de más de medio siglo, son escasos los municipios en donde se disfruta de un ambiente pleno de paz. La mayor parte del territorio nacional ha conocido en algún momento de su historia reciente el rostro horrendo de la violencia. Cientos de miles de colombianos de distintas generaciones han sufrido en carne propia el terror y tienen que librar una lucha diaria para sobreponerse a su condición de víctimas con el fin de seguir viviendo.

El Gobierno colombiano está en estos momentos desarrollando negociaciones con las Farc, la guerrilla más antigua del continente, con el fin de acabar para siempre con un conflicto que se ha enquistado en las entrañas mismas del país. El presidente Juan Manuel Santos ha cifrado todo su capital político en conseguir ese objetivo, y a juzgar por las declaraciones de diferentes personas vinculadas con las conversaciones en La Habana, el momento de las grandes decisiones se encuentra próximo.

El proceso de negociación no está siendo fácil, ya que cuenta con diversos y muy poderosos detractores. Entre ellos están quienes consideran que con las guerrilla no hay nada que conversar y que el único camino para tratar con ellas es mediante el uso de las armas. También se encuentran quienes, por razones de cálculo político, no están dispuestos a permitir que el presidente Santos se ponga la medalla de haber traído la paz con las Farc, en el caso de que las conversaciones prosperen. Entre los que ponen trabas a la negociación está incluso la propia guerrilla, cuyas constantes y, en ocasiones, marcianas reivindicaciones no consiguen otro objetivo que enardecer aun más a quienes, por distintos motivos, les cuesta digerir que esté en marco un proceso de paz con la guerrilla.

El presidente ha dicho que en esta negociación habrá que hacer concesiones. En realidad, no existe un proceso de paz exitoso en el que el Estado no haya realizado concesiones, a veces dolorosas. Por lo general, dichas concesiones son de índole judicial, referidas al grado de cumplimiento de condenas. En ocasiones tienen también un componente político, como sucedió en Irlanda del Norte.

Lo que está por ver es de qué concesiones habla el presidente, y si estas son aceptables para la mayoría de la sociedad. La paz, cuyo día mundial se celebra hoy, es un bien necesario. El problema es calcular muy buen cuál es su verdadero precio.