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Las autoridades de Valledupar deben a la ciudadanía una explicación convincente sobre la tala de 270 árboles que se llevó a cabo días atrás en el centro de la ciudad. Hasta ahora, lo que se ha visto es un juego de elusión de responsabilidades: la Alcaldía sostiene que la asesoría y autorización para efectuar la “poda técnica” las proporcionó la Corporación Autónoma del Cesar, y esta entidad alega a su vez que la decisión de acometer los trabajos la adoptó la Alcaldía.

Ambas versiones no son contradictorias entre sí, y es muy probable que las dos sean ciertas. Pero lo prioritario ahora no es abrir una discusión sobre el procedimiento burocrático que siguió la operación, sino que las autoridades expliquen con claridad a la ciudadanía (no solo a la de Valledupar, sino, en general, a toda aquella con sensibilidad hacia el medioambiente) por qué se consideró adecuada la modalidad utilizada para cortar los frondosos árboles hasta dejarlos convertidos en unos troncos desnudos.

Organizaciones ambientalistas y comerciantes han expresado, por distintos motivos, su disconformidad con la tala: las primeras, porque consideran que se ha producido un atentado salvaje contra la naturaleza; los segundos, por los perjuicios que la operación está suponiendo para sus negocios. Todos ellos merecen ser informados con rigor sobre lo ocurrido.

La Alcaldía ha argumentado que la “poda técnica” se realizó con el fin de despejar de interferencias el tendido eléctrico y evitar, además, que las raíces de los árboles continuaran levantando las aceras. Se trata de una justificación a todas luces insuficiente, si se considera que esos mismos problemas suceden en otras ciudades sin que las autoridades opten por una tala masiva como solución.

El procurador provincial de Valledupar, Alberto Valle, que ha tomado cartas en el asunto, ha terciado en la disquisición semántica de si lo ocurrido fue una “poda técnica”, como defienden la Alcaldía, o una tala en toda regla, como denuncian las asociaciones ambientalistas. Según el procurador, “la poda es ornamental, es embellecimiento, es arte, a diferencia de la tala, que es el uso vulgar del machete y el hacha”. El alto funcionario expresó su sorpresa de que los árboles, pese a no estar enfermos ni representar un peligro en el espacio público, fueran cortados de manera tan contundente.

El corte de árboles ya fue ejecutado. La decisión de la Alcaldía se puso en práctica sin mayores obstáculos. Valledupar, una ciudad reconocida por la belleza de su paisaje urbano y el mimo con que sus habitantes tratan la naturaleza, se ha visto privado, al menos durante un tiempo, de casi 200 árboles que ornaban con su follaje el centro de la ciudad. Independientemente de las investigaciones administrativas que se puedan desarrollar sobre este incidente, la experiencia de la capital del Cesar debería abrir una reflexión seria sobre el tratamiento que debe darse a las zonas verdes y los espacios naturales de las ciudades.

Aunque se ha avanzado mucho en materia de sensibilidad ambiental en Colombia, aún queda mucho trabajo pedagógico por delante para que el grueso de la población tome conciencia de la importancia que un simple árbol tiene en la configuración del espíritu de las ciudades. Por eso convendría que la tala masiva de Valledupar no quedara enterrada en el olvido, sino que de esta acción se pudieran extraer lecciones útiles para beneficio de los ciudadanos.