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En la presente semana de receso estudiantil se revive, una vez más, en el país la controversia acerca de los posibles beneficios y perjuicios que producen a la economía y a la sociedad estas fechas en que los niños y jóvenes dejan de asistir a sus centros de formación académica.

El espíritu con que se promulgó el Decreto 1373 de 2007 fue el de propiciar que los docentes de preescolar, básica y media que laboran en los colegios privados y públicos del país dediquen la semana a capacitarse, evaluar el proyecto institucional PEI y revisar el rendimiento de los estudiantes, con el fin de establecer, donde hiciere falta, planes de mejoramiento. No obstante, a la medida se le añadieron en la práctica otros dos propósitos, complementarios entre sí: estimular los sectores comerciales y turísticos del país durante un período de baja temporada en sus ventas y propiciar espacios que permitiesen el fortalecimiento de la convivencia familiar. Es apenas lógico que el decreto que reglamenta esta semana haya tenido gran acogida entre hoteleros, agentes de viaje, restaurantes, empresas de aviación y de movilización terrestre, centros comerciales, entre otros, que perciben un incremento en ocupación, consumo, ventas y movilización en un mes que comercial y turísticamente hace años era de baja demanda. Estos sectores económicos pretenden, con el paso del tiempo, equiparar en sus ganancias a la exitosa temporada de Semana Santa en el primer semestre.

Es de reconocer que esta semana se convierte en una oxigenante pausa para los estudiantes del calendario A, pues los prepara para rematar con más bríos el tramo final del año escolar. Pero existen quienes conceptúan lo contrario, con el argumento de que este receso forzado les quita el ritmo académico con el que venían, desconcentrándolos y haciéndoles correr el riesgo de bajar su rendimiento e, incluso, de desertar de sus estudios. Por su parte, los del calendario B apenas ven interrumpida su adaptación al nuevo año escolar. Por lo tanto, se cuestiona si dicho período de vacancia, en vez de elevar la tan cuestionada calidad educativa de los estudiantes, se convierte en elemento distractor que les resta un tiempo valioso de aprendizaje.

Otra resistencia con que cuenta la bienintencionada semana de receso estudiantil proviene del hecho real de que la gran mayoría de los 11 millones de estudiantes que salen de ‘vacaciones’ no pueden viajar debido a que sus padres están trabajando o no tienen los recursos para sufragar los elevados costos de los hoteles, tiquetes, etc. en un período estipulado como de alta temporada. Tampoco hay que olvidar que este receso coincide con octubre, uno de los meses más lluviosos del año, lo cual desestimula a muchos la construcción de cualquier plan vacacional familiar.

Todo este enjambre de factores hace que muchos padres vivan el problema de que sus hijos queden a la deriva durante estos diez días (no son cinco ni siete), sin saber en qué ocupar su tiempo libre, salvo en hartarse de televisión o navegar todo el día en páginas de entretenimiento de internet; en fin, desarrollando actividades que, por mucho que distraigan a los menores, no coinciden con las visión más constructiva que animaba el espíritu del Decreto 1373.

Por todo ello, sería aconsejable que tanto las administraciones distrital y departamental como el Gobierno nacional ampliasen aún más, para estas fechas, la oferta de programas de actividades recreativas, artísticas, culturales y deportivas, con el fin de ofrecer a los estudiantes un abanico mayor de opciones edificantes y atractivas para aprovechar el tiempo libre. Ello, además, contribuirá a inculcar a los niños y jóvenes la idea de que el ocio no riñe con el ejercicio de la vida sana, la formación intelectual o el cultivo del espíritu, sino todo lo contrario: que es el espacio ideal para desarrollar aspectos de la personalidad que en ocasiones no encuentran cabida en la rigidez de las instituciones académicas.