El caso de los videos con escenas de sexo explícito que han sido grabados en la estación de bomberos de Puerto Colombia y en diversos sitios de la ciudad pone al descubierto el cercano y creciente accionar en nuestro medio de bandas internacionales dedicadas al negocio del cibersexo, una industria que mueve anualmente más de 60.000 millones de dólares en el mundo, según reporta la revista Forbes.
Esta bochornosa situación que avergüenza a nuestra región ante el mundo, a la vez nos indica el grado de penetración de este sucio negocio al que no solo estamos aportando pasivos consumidores sino ahora actores de ambos sexos que exhiben sin pudor sus intimidades y atributos físicos al resto del mundo.
Aparte de lo condenable de la utilización de los espacios públicos de la ciudad para estas escenificaciones, lo que llama la atención es la deshonrosa participación de desorientados jóvenes que venden su sexualidad y sus principios morales a cambio de dinero, dejándose confundir por mercaderes del sexo que alimentan este negocio de alto consumo a nivel mundial.
Está más que claro que la grabación de películas porno se da en todas las ciudades. El singular caso aquí ocurrido nos lleva a pensar que definitivamente la pornografía real y virtual es un problema social de grandes magnitudes, cuyas negativas consecuencias afectan tanto a actores como a consumidores.
Las consecuencias en los protagonistas las estamos palpando en las impresionantes declaraciones de los jóvenes que participaron en los videos criollos las cuales destilan arrepentimiento, culpa, vergüenza, destrucción de su proyecto de vida, tristeza ante el repudio y hostigamiento con los que han reaccionado sus conocidos y la sociedad, agravados a la sensible conflictividad con sus padres y parejas.
A su vez diversas investigaciones resaltan los malignos efectos de esta ciberperversión en los consumidores de pornografía y en sus relaciones con su familia y la sociedad. Esta adicción comienza por una mayor inclinación a usar la fuerza como parte del sexo y un desplazamiento progresivo del apetito sexual real por el virtual que a veces conlleva a discrepancias con su pareja. Le sigue una escalada en el que aquello que excitaba en un principio ya no lo hace, la continua búsqueda de materiales mucho más crudos, los cuales ya no le son chocantes, viéndose como aceptables, hasta desembocar en la última etapa, la actuación, en la que comienza la persona a actuar sobre lo que ya ha visto intentando hacer realidad sus fantasías. Es por lo anterior que se ha encontrado una alta correlación entre delitos de agresión sexual, tales como violación, exhibicionismo, abuso de menores y hostigamientos y la afición a lo pornográfico en quienes los cometen.
Ante todo esto se hace necesaria que nuestra sociedad, las instancias gubernamentales y las autoridades policiales pongamos mano dura para hacer respetar las disposiciones que restringen la comercialización de la pornografía actoral y de los materiales de este tipo expuestos callejeramente en las revistas para adultos, vídeos y películas de cine y televisión, los chats en línea, el desnudismo y la audio-pornografía o
pornollamadas.
Es de resaltar igualmente la estrategia Internet sano que ha asumido el Ministerio de Tecnologías de Información y comunicaciones y que se ubica en el marco de las leyes 679 del 2001 y 1336 de 2009, y otros decretos que insisten en que todas las personas deben prevenir, bloquear, combatir y denunciar la explotación, alojamiento, uso, publicitación, difusión de imágenes, textos, documentos, archivos audiovisuales, uso indebido de redes globales de información, relacionados con material pornográfico o alusivo a actividades sexuales de menores de edad, con el fin de prevenir y contrarrestar la pornografía, la explotación sexual y el turismo sexual en nuestro medio.