La figura del vicepresidente es consecuente con la relación particular que se establece entre el Legislativo y el Ejecutivo cuando estos dos cuerpos son electos. Esta deriva, de un lado, del proceso electoral, el cual puede generar un escenario de antipatía (Obama hoy) o de simpatía (Santos ayer) mutuas, de otro, de la conformación misma del Ejecutivo.
El presidente puede elegir a sus ministros entre distintos partidos, así como puede elegir a su vicepresidente de un sector no afín o complementario (Santos –Garzón, Vargas Lleras-Noguera), una manera de allegar simpatías.
Si el vicepresidente no es inocuo ni en términos constitucionales ni políticos puede servir bien al juego de pesos y contrapesos propio de los gobiernos representativos, además de proporcionar una figura elegida en los mismos términos que el presidente para suplirlo. Que eso no se cumpla obedece en parte al diseño de esa institución, pero también, al raquitismo de la vida política ¿en dónde está lo que se debe cambiar?