No hay que hacer grandes esfuerzos para concluir que la votación de hoy –como toda segunda vuelta que se respete– tendrá como gran objetivo el hecho de impedir que aquel candidato que no cuenta con nuestra simpatía llegue al poder.
Es decir: los uribistas que respaldan la candidatura de Óscar Iván Zuluaga votarán para que Juan Manuel Santos no repita mandato y lo propio harán los santistas para oponerse a que el uribismo vuelva al poder en cabeza del ex ministro de Hacienda. En la segunda vuelta no se vota por afectos, sino por odios. Así ha sido siempre. De manera que hoy ganará aquel candidato que sea menos despreciado.
El tema que terminó imponiéndose en la segunda vuelta presidencial fue el de la paz, concretamente la negociación con las Farc, que una vez más terminaron convertidas en protagonistas de la contienda, como sucedió en tiempos de Andrés Pastrana y de Álvaro Uribe.
El de hoy será una especie de plebiscito para determinar qué tanto respaldo popular tiene la negociación con las Farc y qué tanto apoyo tiene quien llegue a la Casa de Nariño.
Un triunfo de Zuluaga –quien ha dicho que mantiene la negociación de La Habana, pero con plazos fijos y condiciones claras– será interpretado como el deseo de los colombianos de barajar de nuevo, replantear toda la negociación y –de ser necesario– levantarse de la mesa y dar por terminados los diálogos.
De triunfar Zuluaga, el mandato de los electores obligaría al Presidente electo a fijar nuevas reglas de juego en materia de paz y a condicionar el futuro de la negociación.
De ganar Santos –quien apostó su suerte a los diálogos de La Habana, donde su equipo negociador ha logrado acuerdos sin antecedentes en materia de narcotráfico y víctimas– el triunfo será interpretado como un pleno respaldo a las conversaciones y una especie de 'carta blanca' para continuar con la negociación. Del margen del triunfo –en caso de darse– dependerán los fondos que tenga para gastar en la negociación definitiva.
Es decir, un triunfo contundente e inobjetable de Santos le brindará un amplio margen de maniobra a los negociadores y un triunfo estrecho limitará severamente su capacidad de negociación.
Ese mismo escenario se presentaría en caso de una victoria de Zuluaga: a mayor votación, mayor capacidad de imponer condiciones y a menor votación, más limitaciones para cambiar las reglas de juego. Inclusive, la propia suspensión de los diálogos podría verse comprometida.
El convertir la votación de hoy en una especie de plebiscito fue, sin duda, uno de los propósitos de la campaña santista, que desde un comienzo diseñó su estrategia entre la guerra y la paz y puso a los electores a tener que decidirse casi que exclusivamente en ese sentido.
Ni el empleo, ni la educación, ni la salud, temas gravísimos que siguen sin resolverse, produjeron en los votantes el efecto que causó el tener que escoger entre la guerra y la paz, el pasado y el futuro, como hábilmente lo planteó Santos en sus alocuciones y debates.
De manera que hoy los colombianos votarán en contra de quien no quieren que llegue a la Casa de Nariño y no a favor de quiénes sí desean que esté al frente de los destinos del país por los próximos cuatro años.
A diferencia de la primera vuelta, donde hubo votaciones sorprendentes, como las de Clara López y Marta Lucía Ramírez, cuyos electores fueron persuadidos por propuestas y programas, la de hoy será fundamentalmente una elección visceral, en la que primará más la bilis que el cerebro.
¿Quién genera más resistencia: Zuluaga o Santos? ¿Alguien se opone a la paz? ¿Reconciliación a la vista? ¿Gobernabilidad maltrecha?
Una votación por odio, no por amor
El candidato Óscar Iván Zuluaga –ganador de la primera vuelta por más de 450.000 votos– heredó de su mentor político, el expresidente Álvaro Uribe, sus odios y sus amores. En efecto, nadie quiere tanto al candidato del Centro Democrático como los seguidores incondicionales del expresidente, pero de igual manera, nadie lo rechaza tanto como los antirubistas. De manera que hoy lo que está en juego es no solo su suerte, sino la del exmandatario, quien se ha jugado a fondo como si se tratara de su propia aspiración presidencial.
Uribe sabe mejor que nadie que una derrota de Zuluaga es su propia derrota y por consiguiente su declive como figura de primer nivel de la política nacional. Juan Manuel Santos, por su parte, cuenta con el desprecio de todos los uribistas del país, que no le perdonan el haber 'traicionado' el legado que recibió de su antiguo jefe, mientras que los antiuribistas –que son tantos como aquellos– vieron en su candidatura y en su 'traición' la menor oportunidad para pasarle la cuenta de cobro al expresidente. Para decirlo en otras palabras: buena parte de los votantes de hoy no votan por Santos, sino contra Uribe.
Creen muchos de ellos que de los dos males –Zuluaga y Santos– el menos grave es el ex ministro de Defensa. Más que santistas, son antiuribistas. Hoy se sabrá a quién desprecian más los electores colombianos: a Santos o a Zuluaga, heredero de los odios de su mentor político.
¿Qué tanto cubre la sombrilla de la paz?
El presidente-candidato, Juan Manuel Santos, llevó la segunda vuelta electoral al terreno que más le convenía, el de poner a los electores a tener que resolver el dilema de la guerra y la paz. Ello terminó por 'ablandar' al candidato Óscar Iván Zuluaga, quien finalmente cedió en su postura inicial de no hacer concesiones en esa materia, hasta el punto de tener que reconocer que sí negociaría con las Farc, pero con condiciones.
Para ello fue determinante el papel que jugó su jefe de debate y ex candidata por el conservatismo Marta Lucía Ramírez, quien se mostró partidaria de la negociación. Es obvio que los 'halcones' uribistas –que son muchos e influyentes– prefieren la primera versión de Zuluaga y no la segunda, que terminó mostrándolo muy conciliador para sus gustos.
La sombrilla de la paz terminó llevando a las huestes santistas a sectores de izquierda democrática, como aquellos que siguen las orientaciones de la excandidata Clara López y las de la exsenadora Piedad Córdoba, quienes hacen parte del Polo Democrático Alternativo y de Marcha Patriótica, respectivamente.
Igual sucedió con organizaciones sindicales y con congresistas tradicionalmente opositores, como Iván Cepeda. Esa especie de 'sancocho nacional' también recibió críticas, pues es evidente que hay en la conformación de la nueva Unidad Nacional un afán electoral y electorero por parte del presidente-candidato.
Una batalla electoral con muchos heridos
Ninguna campaña presidencial anterior ha dejado más resentimientos y cuentas pendientes que la actual. Ni siquiera de Ernesto Samper y Andrés Pastrana o la de Pastrana y Horacio Serpa, que fueron particularmente ofensivas de parte y parte. Con todo lo que ha pasado en la actual contienda electoral –con ‘hacker’ y dineros de los Comba incluidos– muy difícilmente las partes asumirán una posición conciliadora, que permita limar asperezas y sanar las heridas causadas.
Santos no olvidará jamás que su familia terminó involucrada en el proceso electoral y que el origen de sus recursos se vio cuestionado por parte de sus contradictores, mientras que Zuluaga difícilmente perdonará que una trayectoria de hombre de bien y un prestigio ganado en más de treinta años de vida pública, hayan sido cuestionados y mancillados por quien fue durante varios su compañero de gabinete y con quien mantuvo una excelente relación cuando ambos respaldaban al expresidente Uribe.
La reconciliación que propone Santos, después de tantas ofensas, requerirá de un proceso de sanación intenso que les permita anteponer los intereses nacionales a los intereses individuales o partidistas.
Con un agravante: las denuncias de parte y parte ya están en los estrados judiciales y serán los tribunales y los jueces quienes diriman los conflictos surgidos en la contienda, varios de ellos en materia penal.
A ello se suma la oposición política que tendrá como escenario natural el Congreso de la República, donde el ganador de la contienda deberá enfrentar los ataques más despiadados y virulentos por parte del perdedor.
Es decir, las ofensas y los ataques de los candidatos no acaban hoy, solo cambian de escenarios y seguramente serán mucho más recios de los que hasta ahora hemos presenciado los colombianos.
Gobernabilidad comprometida
Un triunfo de Santos lo llevaría a tener que negociar su gobernabilidad con sectores que jamás han tenido ningún tipo de afinidad, ni política ni ideológica.
¿Cuáles son los puntos de encuentro, por ejemplo, entre la exsenadora Piedad Córdoba y el senador Roberto Gerlein? ¿Cuál es su cercanía política o ideológica? ¿O la de Claudia López y los representantes de la clase política tradicional, a los que la analista señala de los grandes y graves males que aquejan al país? ¿Qué afinidad existe entre Iván Cepeda y la clase política sucreña?
Es decir, la alianza estratégica creada por Santos para ganar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales –amparada bajo la sombra de los diálogos de La Habana– podría convertirse en su más grande dolor de cabeza, en caso de resultar ganador hoy, pues no existe la mejor posibilidad de que sectores tan disímiles política e ideológicamente, puedan cohabitar en armonía.
Su gobernabilidad dependerá, entonces, de su generosidad burocrática y de sus concesiones a quienes llegaron al barco para impedir su hundimiento. La gobernabilidad de Zuluaga –de resultar ganador– también se vería comprometida, pues, para empezar se encontraría con un Congreso mayoritariamente 'pacifista', que se opondría de pies y manos a sus iniciativas 'guerreristas'. Es decir, deberá hacerle frente a una clase política, cuyo respaldo también será condicionado a una buena dosis de ‘mermelada’, que le permita el margen de maniobrabilidad para impulsar sus propuestas.
Ese peaje, sin duda, también deberá pagarlo si quiere contar con la gobernabilidad suficiente.