La primera vez que escuché el nombre de Pedro Castro fue de labios de mi padre Emilio Lébolo De La Espriella cuando era su compañero en el Congreso. Era la época en que el campo colombiano transitaba de una Colombia medioeval, centralista, clerical a una moderna que se debatía entre el federalismo y el centralismo con un caudal de odios y amarguras que aún prevalecen en la Colombia moderna. Las grandes masas de inconformes veían en ese entonces en el partido de Pedro Castro, el Liberal, abanderado de las grandes reformas, la esperanza de unos cambios estructurales profundos en la mentalidad colonial del Estado. Sin embargo, los enfrentamientos entre los partidos en busca de una forma propia de gobierno y el abandono del Estado al campo permitieron aparecer en los albores del siglo XIX y el nacimiento del siglo XX unas guerras fratricidas que persisten.
Para entender al campesino- hombre público- Pedro Castro hay que situarse en la época en la que le toco actuar. La lucha por la tierra que ha sido una constante desde la colonia se acrecentaba con el aislamiento cada vez mayor entre la ciudad y el campo sin fáciles medios para lograrla. Empezaron a surgir las primeras organizaciones campesinas y la pugna por el control de la tierra se incrementó. Los terratenientes liberales y conservadores se enfrentaban entre si durante la hegemonía conservadora manejada desde el centralismo bogotano. En ese contexto surge la figura de un campesino provincial formado en las disciplinas universitarias como ingeniero agrónomo que conjugaba la teoría con el pragmatismo del hombre del campo. Su talante liberal que concebía al Estado como garante de la libertad individual, lo llevo a incursionar en la política nacional. Su capacidad de trabajo y el amor a su terruño pronto lo convertirían en una figura nacional. Mariano Ospina Pérez lo calificó como 'uno de los dos o tres mejores ministros de Agricultura que haya tenido el país'.
Cuando era estudiante universitario en Medellín, tenía un conjunto con su amigo Tobías E. Pumarejo que promocionaba en sus giras políticas, mezclando así la música con la política. Fue concejal, diputado Representante a la cámara, Senador, ministro de comunicaciones en la administración López y de agricultura en el gobierno de Ospina Pérez, y dos veces gobernador del Magdalena y embajador. Sus profundas convicciones lo llevaron a enfrentarse en el Senado en un famoso debate al senador Carlos Lleras Restrepo, alrededor del proyecto de ley de reforma agraria. Soportando con valentía las críticas de sus enemigos afirmó: 'Apelo al tiempo', un vaticinio como repuesta a sus críticos. Tanta razón tenía que hoy, medio siglo después, el país debate para lograr la paz entre los colombianos, los mismos temas agrarios que en su momento debatió en el Senado de la Republica y en la asamblea de su departamento, el Magdalena Grande.
Pero era, además, como lo advirtió el maestro Echandia con ocasión de su trágica muerte en la Y de Ciénaga en camino de visita a su tierra 'por el aspecto humano, jefe devoto y amante de un hogar nobilísimo'.
Casado con otra leyenda política, Doña Paulina de Castro, ella supo mantener y defender el legado político de su esposo, a quien su región y el país le deben mucho más de lo que aun pudiera darle. Con Paulina creó un hogar formado por sus hijos Polly, Leonor y María Eugenia, quienes a través de otros campos han seguido manteniendo las banderas de servicio a su región y a la patria.
Hoy no tendría que preguntarle a mi padre quién era Pedro Castro Monsalvo.
*Emilio Lebolo, Ex presidente del Partido Liberal