De las desgracias de la guerra, la deshumanización del individuo es quizá la más trágica. La descalificación de quien es diferente es la vía más fácil y eficaz para derrotar cualquier argumento, aún sin ser escuchado. Esto aplica por igual en las más cotidianas relaciones interpersonales, como en las más complejas interacciones políticas, sociales y económicas.
A los guerrilleros de las Farc, que hoy prefieren ser llamados excombatientes, muchos los imaginan como monstruosas criaturas de sangre fría. Quizá por ello la Cadena Británica, BBC, decidió resaltar la frase: 'me encontré con gente normal, personas totalmente iguales a mí, a usted', para contar la experiencia de un grupo de argentinos, miembros de la Misión de la ONU, que tuvo la tarea de verificar el proceso de dejación de armas.
Pareciese que solo quien tiene de frente un guerrillero puede desaprender la idea de que carecen de emociones y reaprender algo básico: todos somos seres humanos. El pasado 11 y 12 de julio, en el marco del Programa de la Universidad del Norte, UNCaribe, el cual tiene como fin realizar acción, pedagogía e investigación para la construcción de paz, y de las actividades del Instituto de Desarrollo Político e Institucional, Idepi, visité el Punto Transitorio de Normalización (PTN) de Pondores, en Fonseca, La Guajira, junto a otros dos docentes a cargo de dictar talleres sobre la configuración del Estado y la Constitución.
A Pondores, punto que agrupa aproximadamente 250 guerrilleros, ya lo han visitado otros profesores y de sus experiencias se han escrito dos artículos. Uno de ellos sobre las características del conflicto en esta zona y otro que describe las condiciones de infraestructura del PTN, la precariedad económica de la población circundante y sus problemas apremiantes en materia de necesidades básicas insatisfechas.
Por ser estos asuntos que ya se han abordado, de mi experiencia lo más valioso para contar tiene que ver con los seres humanos que se encuentran allí y así darle rostro a algunas historias que, entre un mar de caras, se pierden en las múltiples actividades que inician desde las 4:00 a.m. dada la logística que implica sostener el punto. De los relatos, he elegido cuatro: dos mujeres que han vivido prácticamente toda su vida en las Farc, en contraste con dos jóvenes de los que se diría tienen toda la vida por delante.
Nelly
Tiene ojos expresivos color miel, de esos que cuando van a llorar parece que todo se nublara. Llegó a la guerrilla con 12 años en 1985, cuando el Frente 19, el primero del Bloque Caribe, recién iniciaba operaciones en la zona. Ella vivía en una pequeña finca junto a sus padres y 6 hermanos en la vereda El 50, en el Magdalena. Sobre su reclutamiento relata que los guerrilleros hacían jornadas de socialización con las comunidades y les hablaban sobre luchar contra la desigualdad y la pobreza, un discurso que a ella le calaba hondo: 'No se necesita ser muy estudiado para saber que cuando un niño no tiene zapatos, ese niño es pobre. Un día preguntaron quiénes se iban y yo decidí irme', cuenta.
En la guerrilla tiene ya 32 años, de los cuales 24 los ha compartido con un 'compañero', con quien tiene una hija de 4 años.
Cuando le pregunto qué significa para ella el proceso de paz y la idea de reincorporarse a la vida civil, me lanza dos frases: 'quiero una vida mejor mi hija' y 'no quiero que viva la guerra que yo viví'. Para Nelly la vida civil es la oportunidad de que su hija reciba educación. Como tantos otros padres, ella solo quiere lo mejor para su hija.
Eliana
Es la guerrillera más antigua de las Farc, llegó con 18 años y ha militado 43, desde 1974. Inició en el Frente IV, en una época en donde la composición de género era esencialmente masculina y en este frente habían unas 4 mujeres. Ella tuvo dos hijos con un compañero que murió en combate y ambos nacieron con incompatibilidad sanguínea, uno de ellos falleció producto de complicaciones de salud a los 21 años, el otro, en un accidente atropellado a los 11. Habían sido dejados al cuidado de una familia en Barrancabermeja. Parpadeó y a Eliana las lágrimas le corren por sus mejillas; 'Todos lloramos a nuestros muertos', pienso.
Gabriel
Tiene sonrisa noble, 22 años y un hermano gemelo. Nacieron en un campamento de las Farc y se criaron en las montañas hasta los ocho. A esa edad, con la intención de educarse, fueron llevados hasta un pueblo pero allí descubrieron que eran hijos de guerrilleros y los buscaron, a ellos y a su mamá, con el fin de llegar hasta su papá que era comandante. 'Allí se armó una plomera y yo recuerdo que lo único que pensaba era que si esta gente no tenía bien las coordenadas, donde tiraran un cilindro ahí nos moríamos', relata. Le interrumpo para que me diga nuevamente a qué edad le pasó esto y me repite lo que ya dijo: a los ocho. Hago el comentario de que me sorprende que a esa edad estuviera pensando en las 'coordenadas' y en que de eso dependía su vida. Él me recuerda dónde creció.
En ese momento pienso en mi hermano, que tiene 11 años y a quien las únicas coordenadas que le han importado son las de un juego para cazar pokemónes virtuales. Todos estamos determinados por la vida que nos tocó de una u otra forma, y no para todos hay opción.
Jaime
Tiene 26 años y lo que él mismo describe como 'el ímpetu de la juventud', es barranquillero y se declara 'mamador de gallo pero serio'. Ingresó a los 14 pero sus responsabilidades no implicaban estar internado en las montañas. Habla constantemente de la plataforma ideológica de las Farc como partido político, la lucha justa, el incumplimiento del gobierno y la disciplina de la organización.
Jaime tiene la convicción de que desistir del alzamiento armado contra el Estado no representa poner fin a sus aspiraciones de transformar el aparato institucional vigente, sino que es una vía alterna de continuidad de la lucha por la vía exclusivamente política. De hecho, así reza la tesis No. 46 del documento de trabajo del Congreso Fundacional del Partido de las Farc-EP y del que nos regaló copias. Él ha sido el encargado de acompañarnos en la última jornada y nos despide con amabilidad, tal como lo han hecho todos los grupos con los que hemos interactuado.
Luego de visitar dos días el PTN de Pondores salgo convencida que es necesario mantener las capacitaciones a los excombatientes, pero que el trabajo más apremiante no está dentro de estas zonas sino fuera de ellas, pues en la sociedad que los va a recibir hay mucho por hacer para desterrar los discursos de odio y comprender el cómo en un mismo cuerpo cohabita un victimario y una víctima.
Estos discursos no podrán ser eliminados en tanto las condiciones de pobreza y corrupción no cambien en las regiones. Basta mirar hacia los lados en el trayecto en la vía que pasa sobre la Ciénaga Grande del Magdalena para corroborar la miseria y exclusión de los pueblos palafíticos, en donde el Estado aún no llega y cuyos pobladores cuentan entre sus características (o tragedias) el ser víctimas del conflicto armado.
El lenguaje es clave, y a quienes están en las zonas transitorias se les nota dificultad al no poder aún dejar de referirse en ocasiones al ejército como 'el enemigo', y frente a ello la sensibilidad es alta pues es ese ejército el que garantiza que el monopolio del uso legítimo de la fuerza se mantenga, como debe ser, en manos del Estado. Un Estado al que más que 'combatir', tendrán que pensar en transformar haciendo uso de los canales democráticos. Hay una necesidad urgente por abrir puertas para la reconciliación que cierren heridas; crear una cultura de paz que nos permita aceptar discursos que son radicalmente opuestos y formas de vida que no logramos dimensionar producto de historias de vida que no conocemos.
Por Karol Solís Menco - Politóloga y Magíster en Ciencia Política de la Universidad del Norte. Estudiante de doctorado en Ciencia Política de Florida International University.