Señor Presidente de la Asamblea General, señores Jefes de Estado y de Gobierno, distinguidos delegados, señoras y señores:
Esta es la octava y la última vez que me dirijo a esta Asamblea en mi condición de presidente de Colombia.
Han pasado muchas cosas desde aquel 24 de septiembre de 2010, cuando realicé mi primera intervención.
Colombia se ha transformado positivamente y el mundo ha vivido avances y retrocesos, de los que todos hemos sido testigos, víctimas o protagonistas.
Y miren esta paradoja: mi primera alocución televisada a los colombianos, como su mandatario, la hice desde Nueva York, aquel septiembre de 2010, un día antes de hablar ante esta Asamblea.
¿Y cuál fue el motivo de esa intervención? Anuncié a Colombia y a la comunidad internacional que nuestras Fuerzas Armadas habían abatido al jefe militar de la guerrilla de las Farc.
Hoy, siete años después, me siento muy feliz –¡muy feliz!– de que las noticias que traigo de Colombia no tengan que ver con la muerte sino con la vida.
Hoy vengo a decirles que el proceso de paz con las Farc no solo culminó con un acuerdo sino con algo más grande, más importante: ¡miles y miles de vidas humanas salvadas!
Así que la noticia hoy ya no es la muerte: ¡ES LA VIDA!
Y esa queremos que sea la noticia en el mundo entero.
Si en Colombia pudimos terminar un conflicto armado que nos dejó cientos de miles de muertos y millones de víctimas y desplazados, ¡hay esperanza para los conflictos que aún subsisten en el planeta!
No fue fácil. Terminar una guerra, superar los odios, vencer los temores, implica un proceso complejo de diálogos y concesiones.
Pero lo logramos porque tuvimos voluntad y porque fuimos conscientes de una premisa fundamental: la paz es la condición necesaria para el progreso y la felicidad de cualquier sociedad.
Hoy quiero reconocer y agradecer a las Naciones Unidas porque ha cumplido cabalmente con la misión para la que fue creada, que no es otra que la de acabar con el flagelo de la guerra.
En nombre de cerca de 50 millones de colombianos, quiero decir al Secretario General, al Consejo de Seguridad, a esta Asamblea: ¡GRACIAS!
Una Misión Especial, creada por el Consejo de Seguridad, se encargó de verificar y monitorear el proceso de desarme de las Farc, y el cumplimento del cese al fuego y de hostilidades entre este grupo y el Estado colombiano.
Hoy podemos decir –con inmensa satisfacción– que su cometido se cumplió. El cese al fuego y de hostilidades se respetó y las Farc entregaron a las Naciones Unidas más de 9 mil armas que se guardaron en contenedores y están siendo destruidas.
Ahora los miembros de este antiguo grupo guerrillero –sin perjuicio de sus responsabilidades ante la justicia y las víctimas– se han convertido en un movimiento político para defender sus ideas y sus propuestas en los foros de la democracia.
¡De eso se trata un proceso de paz! De reemplazar la violencia por los argumentos. De cambiar las balas por los votos. De que nunca más –¡nunca más!– se usen las armas como un medio de presión política.
Ahora nos enfrentamos al reto de implementar lo acordado y de garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición.
Aquí contamos, nuevamente, con la mano amiga de Naciones Unidas.
En pocos días iniciará operaciones en nuestro país una segunda Misión autorizada la semana pasada por el Consejo de Seguridad, que acompañará la reincorporación de guerrilleros a la vida civil, y nos ayudará a verificar la seguridad de los excombatientes y de las comunidades que han sufrido el rigor del conflicto armado.
Y algo muy importante: Naciones Unidas también verificará el cumplimiento del cese al fuego y de hostilidades temporal –que iniciará el próximo primero de octubre– con el ELN, el otro grupo guerrillero con el que estamos en negociaciones para lograr una paz completa.
La construcción de la paz es un proceso largo –con dimensiones políticas, económicas y sociales–, un proceso en el que, por fortuna, ya tenemos resultados positivos.
Con programas innovadores en educación, en salud, en vivienda, en infraestructura, estamos comenzando a cerrar las hondas brechas sociales de nuestra sociedad.
La Cepal ha destacado los avances de Colombia en reducción de la pobreza y la indigencia. En siete años, más de 5 millones de colombianos superaron la pobreza, es decir, más de la décima parte de nuestra población.
Convertimos la salud en derecho fundamental, y la educación ya lleva cuatro años en el primer lugar de nuestro presupuesto –por encima de seguridad y defensa–.
Los organismos internacionales también resaltan la solidez de nuestros indicadores económicos y sociales frente a las fluctuaciones de la economía global.
¡Qué momento especial para Colombia y qué momento especial para las Naciones Unidas, que cumplen con éxito–en nuestro país– su principal objetivo!
Señor Presidente; señoras y señores:
El tiempo de esperanza que vivimos en Colombia no nos impide ver, con preocupación, las situaciones difíciles –para la paz y para la democracia– que se dan en otros puntos del planeta.
Deploramos y condenamos enérgicamente el lanzamiento de misiles balísticos y ensayos nucleares por parte de la República Democrática Popular de Corea, que constituyen una amenaza a la paz y a la seguridad mundial.
Nos preocupa sobremanera la precaria situación de nuestra hermana y vecina República de Venezuela, con la que compartimos una inmensa frontera, una historia común y lazos humanos que NO nos permiten ser indiferentes frente a su destino.
Nos duele Venezuela. Nos duele la destrucción paulatina de su democracia. Nos duele la persecución a la oposición política y la violación sistemática de los derechos de los venezolanos.
Hoy le he reiterado mi llamado al Secretario General y a toda la comunidad internacional a que apoyemos al pueblo venezolano en la búsqueda de una solución pacífica que los regrese al cauce del progreso, de la democracia y de la libertad.
También nos duelen –y condenamos– los atentados terroristas que cometen los fanáticos e intolerantes, sembrando miedo y dolor.
Sobre este tema quiero hablar en una doble condición: como presidente del único país donde hoy, en lugar de aumentar las armas, éstas se funden para construir monumentos a la concordia, y también como el más reciente Nobel de Paz.
Por encima de las diferencias de raza, de religión, de pensamiento, los seres humanos somos en realidad uno. Lo que le pasa a uno nos pasa a todos.
Tenemos que comprender que –más allá de las divisiones, más allá de las fronteras–nuestro pueblo se llama el Mundo.
Y nuestra raza se llama Humanidad.
Tenemos que entender esta verdad para que nos respetemos entre nosotros y respetemos la vida.
Al terrorismo hay que combatirlo con toda la contundencia: con poder militar y policial, con inteligencia y cooperación internacional.
Pero también debemos erradicar sus raíces –que son el miedo, la exclusión y el odio– con las fuerzas positivas del amor, la compasión y el respeto por las diferencias.
En Colombia estamos demostrando que es posible. ¡Se puede superar la guerra! Los antiguos enemigos pueden hablar y trabajar juntos por una causa superior.
Si lo estamos logrando en Colombia… ¡se puede lograr en el mundo entero!
No puedo concluir sin tratar un tema sobre el que he insistido antes en esta tribuna: el problema mundial de las drogas.
He dicho muchas veces que la guerra contra las drogas no se ha ganado ni se está ganando; que requerimos de nuevos enfoques y nuevas estrategias.
En la Sesión Especial de la Asamblea General dedicada a las Drogas –que se reunió el año pasado por iniciativa de Colombia– hubo avances, como el llamado a los Estados a proteger los derechos humanos en sus políticas de drogas.
Pero todavía nos falta mucho. Es necesario llegar a consensos en asuntos centrales como el de no criminalizar a los adictos, y entender el consumo de drogas como un asunto de salud pública y no de política criminal.
La Guerra contra las Drogas ha cobrado demasiadas vidas –en Colombia hemos pagado un precio muy alto, tal vez el más alto de cualquier nación–, y lo que se está viendo es que el remedio ha sido peor que la enfermedad.
Hagamos un serio y riguroso seguimiento de las experiencias regulatorias que se han puesto en marcha en diversas latitudes, y aprendamos de sus éxitos y también de sus dificultades.
Es hora de aceptar –con realismo– que mientras haya consumo habrá oferta, y que el consumo no se va a acabar.
No se trata de manera simplista de señalar quién es el único responsable. Todos lo somos, bajo el principio de la responsabilidad común y compartida que asumimos hace ya varias décadas. Se equivocan los que dicen que esto es un problema solo de los países productores.
Es hora de hablar de regulación responsable por parte de los Estados; de buscar caminos para quitarles oxígeno a las mafias, y de afrontar el consumo con más recursos para la prevención, la atención y la reducción de daños a la salud y al tejido social.
Colombia seguirá combatiendo con toda decisión este flagelo. Para nosotros ha sido y sigue siendo un problema de seguridad nacional.
La paz nos ha permitido –por primera vez– iniciar procesos de sustitución voluntaria de los cultivos de coca.
Esos procesos, acompañados de la erradicación forzosa que venimos adelantando –y de las incautaciones, que hemos incrementado a niveles sin precedentes–, nos permitirán alcanzar resultados aún más contundentes y de largo plazo.
Pero tenemos que avanzar en esta lucha con una mente más abierta. Tenemos que ser más inteligentes, ¡más innovadores!
Algo similar podemos decir sobre el cambio climático.
Colombia, el país más biodiverso del mundo en relación con su extensión, es también uno de los más vulnerables al cambio climático, y por eso hemos sido proactivos en este tema.
Propusimos en la Conferencia de Río + 20 la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible –aprobados por esta Asamblea en el año 2015–, y hoy registramos complacidos que esos objetivos son la
columna vertebral de la Agenda 2030 impulsada por Naciones Unidas.
También apoyamos con entusiasmo el Acuerdo de París, cuyas metas son un compromiso nacional, y deben serlo para todos si queremos preservar nuestra casa común, que es la Tierra.
¡La humanidad no puede cerrar sus ojos frente al más apremiante desafío de nuestros tiempos!
Amigos de la comunidad internacional:
En esta, mi última intervención ante esta Asamblea, quiero ofrecer al mundo –con humildad y gratitud– el ejemplo y el modelo de la paz que en Colombia estamos empezando a construir.
Y quiero reiterarles nuestra gratitud por su apoyo generoso.
Con la fuerza del amor podemos superar el miedo.
Con la fuerza de la vida podemos vencer la tiranía de la violencia y de la muerte.
Con la fuerza de la unidad podemos hacer del mundo un lugar digno para vivir.
Gracias a todos. ¡Muchas gracias!