La Comisión de la Verdad nació de los acuerdos entre el Gobierno y las Farc en La Habana. Su creación fue uno de los compromisos adquiridos por Juan Manuel Santos con ese grupo guerrillero hoy desmovilizado. Su misión es la de contar la realidad del conflicto armado en Colombia desde sus inicios y con toda su complejidad, es decir, tiene la obligación de mostrar la guerra no solo desde la óptica de las Farc, sino desde sus distintas vertientes.
Para ello es bueno que la Comisión de la Verdad sepa que las Farc no son víctimas del conflicto armado. Son protagonistas de primer orden y actores destacados de la mortandad que por años vivió Colombia. No pueden ser marginadas de los hechos y mucho menos ser consideradas víctimas del Estado. Ese cinismo no puede ser premiado desde ningún punto de vista. Las Farc deben responder por sus crímenes.
La Comisión de la Verdad que acaba de constituirse tiene como principal misión buscar, encontrar y contar la 'verdad verdadera' del conflicto armado en Colombia. De ese tamaño es la responsabilidad asignada a dicha Comisión, que está compuesta por 11 comisionados, uno de los cuales es extranjero. Es decir, las próximas generaciones leerán como versión oficial del conflicto armado lo que estas 11 personas nos cuenten, que no es nada distinto a la llamada 'verdad histórica', muy distinta a la verdad judicial.
Algunos de los integrantes de la Comisión de la Verdad se han encargado de contarnos de forma anticipada y por años su versión de los hechos ocurridos en Colombia durante las últimas cinco décadas. Es el caso –por ejemplo– del periodista y escritor bogotano Alfredo Molano Bravo, autor de múltiples libros sobre la guerra en Colombia. Molano conoce como pocos la Colombia profunda, casi siempre ignorada por los medios masivos de comunicación. Su versión difiere de la que narran los soldados, capitanes, mayores, coroneles y generales del Ejército Nacional, quienes debieron combatir a las Farc en todo el territorio nacional.
Ahora, como miembro de la Comisión de la Verdad, Molano –al igual que sus otros diez compañeros– tienen la obligación de contar los hechos sin ningún sesgo ideológico y sin ningún prejuicio. Si la verdad que nos van a contar los comisionados nace de sus convicciones políticas, o de sus afectos, entonces es mejor que nos ahorremos esos miles de millones de pesos que se van a invertir en su sostenimiento y en su trabajo, pues ya sabemos el final de la historia.
Para que el trabajo de la Comisión de la Verdad –que se dará a conocer dentro tres años– cuente con el pleno respaldo de todos los colombianos y no solo de quienes comparten el pensamiento y proceder de las Farc, es necesario que se ocupen de todas las víctimas del conflicto, entre ellas los ganaderos, cuya suerte tanto desprecian Molano y buena parte de sus nuevos colegas.
Contar la verdad a medias sería muy grave para el futuro de Colombia. Ello no solo no sanaría las heridas de la guerra, sino que pondría en grave peligro la reconciliación nacional. Por ello es necesario y urgente que quienes conforman la Comisión de la Verdad envíen señales contundentes al país de que su relato estará desprovisto de valoraciones subjetivas o de sesgos ideológicos.
Y debe ser así porque –conocidos los nombres de los integrantes de la Comisión de la Verdad– de inmediato amplios sectores del país –no solo del Centro Democrático, como de forma errónea lo presentaron algunos medios de comunicación– pusieron en duda la idoneidad y la imparcialidad de quienes la conforman. Algo similar sucedió cuando se conocieron las identidades de los 51 magistrados que integran el tribunal de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
En ambos casos se evidenció una marcada tendencia ideológica y política de la inmensa mayoría de sus miembros, muchos de los cuales no solo han tenido pública militancia en partidos de izquierda, sino que han sido abiertos y viscerales opositores del expresidente y actual senador Álvaro Uribe Vélez. Los epítetos con que varios de estos nuevos ‘magistrados’ y ‘comisionados’ se han referido a Uribe hace pensar que muy difícilmente saldrán de sus labios o de sus plumas decisiones justas o ecuánimes. ¿Quiénes conforman los nuevos tribunales de paz?, ¿actúan ellos con criterios políticos y sesgos ideológicos?