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Las segundas vueltas son prácticamente una nueva-y mucho más corta- elección presidencial. Si bien los resultados de la primera ronda determinan la línea de partida de la carrera, en la segunda se combinan los apoyos originales con votos que provienen de emociones en contra del otro candidato. El balotaje, nombre técnico del sistema de dos vueltas, está precisamente diseñado para construirle artificialmente al eventual ganador una legitimidad mayoritaria que no pudo ganar en la primera ronda. 

Por esa razón, las estrategias del candidato que gana la primera vuelta y el segundo son disímiles y dependen de qué tanta ventaja sacó el puntero. Cuando esa brecha es muy grande- por ejemplo, en la primera vuelta de 2010 Santos superó a Mockus por más de 20 puntos porcentuales- el ganador trata para la segunda vuelta de no agitar mucho el ambiente. Cuando la diferencia es poca- hace cuatro años Zuluaga derrotó a Santos por cuatro puntos porcentuales- el segundo busca crear un consenso nacional sobre lo negativo que sería la victoria del primero. Esa fue al final la estrategia ganadora santista- ayudada por las maquinarias regionales, en especial, las caribeñas-: el triunfo uribista sería el fin del proceso de paz.

La diferencia entre Iván Duque y Gustavo Petro no es menor: alrededor de 14 puntos porcentuales. Según el politólogo Daniel Zovatto, de las 47 segundas vueltas que se presentaron en elecciones latinoamericanas entre 1978 y 2017, 35 fueron ganadas por el mismo candidato que ganó la primera vuelta. Es decir, no es tarea fácil para la campaña petrista duplicar toda su votación en un espacio de tres semanas mientras frena el crecimiento de Duque para mantenerlo debajo del 50 por ciento.   

La buena noticia para Petro es que de las 12 ocasiones en que el candidato perdedor logró reversar el resultado de segunda vuelta, dos se presentaron en Colombia: Andrés Pastrana en 1998 y Juan Manuel Santos en 2014. La campaña Santos versus Zuluaga es un antecedente aún más poderoso si se tiene en cuenta que el entonces presidente en reelección obtuvo el mismo porcentaje de votos que Petro el pasado 27 de mayo. 

Una estrategia válida para la campaña petrista sería entonces convertir a Petro, al igual que lo hizo el actual primer mandatario, en el catalizador de dos fuerzas: el furioso antiuribismo y la defensa del Acuerdo de Paz con las Farc. Ambas son realidades de a puño en el entorno político nacional: Uribe es rechazado por casi la mitad de la población y la paz, aunque golpeada, también cuenta con apoyo. A lo anterior se añaden las fortalezas del programa de la Colombia Humana que ya demostraron su atractivo en la pasada primera vuelta: las promesas populistas alrededor de la economía, los mensajes anti-Establecimiento y la lucha contra la corrupción tanto de la política como de todo el sistema. 

Mientras Petro envío mensajes alrededor de estos ejes, la campaña uribista recibió en sus toldas el apoyo de la Unidad Nacional que Uribe combatió por seis años: liberales de Gaviria, conservadores y Cambio Radical. La narrativa petrista de la segunda vuelta como un enfrentamiento entre la vieja clase política y una política alternativa de izquierda se ratificaba con estos anuncios. Sin embargo, a pesar de todo ellos, las primeras encuestas muestran que Iván Duque mantiene la ventaja sobre Petro. 

La razón más importante de este panorama está en un creciente apoyo al voto en blanco para la segunda vuelta. La decisión de Sergio Fajardo y Humberto De la Calle de votar en blanco legitimó automáticamente esa opción para el bloque de votantes de la Coalición Colombia y del Liberalismo que no se sienten cómodos con los dos candidatos de segunda vuelta. De los 4,5 millones de votos que acompañaron a Fajardo, una porción importante provino del Polo Democrático así como de la tendencia izquierdista de la Alianza Verde. Además, muchos votos fajardistas en Bogotá- la única plaza en la que ganó el exgobernador- son votos de protesta antiuribista. 

No obstante, otro bloque viene reivindicando la alternativa del voto en blanco para el próximo 17 de junio. Aunque no se sabe bien cuántos serán, este grupo de electores le abre un boquete grande a la estrategia petrista. Por su proporción- el 23 por ciento de la votación- prácticamente el único camino de Petro a la Casa de Nariño pasa por atraer al máximo número de fajardistas. Mientras más votos de Fajardo capture la red petrista, menor necesidad tendrá de llevar nuevos votantes a las urnas y reduce los apoyos que Duque puede sumar. 

Pero un bloque de los 'tibios' fajardistas al parecer ha decidido que la opción petrista no es lo suficientemente atractiva como para votar efectivamente por ella. La seducción de la campaña de Petro a esos votantes murió antes siquiera de empezar. La semana pasada fue el voto en blanco y su justificación el tema que monopolizó las noticias de la campaña. En cuestión de días, y después del anuncio de Fajardo y De la Calle, a Petro se le abrió un nuevo frente de batalla: impedir que se le escurran muchos de los 4,5 millones de votos fajardistas ya no tanto a Duque sino al blanco. 

Las razones por las que la campaña petrista no ha podido atraer a ese grupo- que, repito, no podemos saber su proporción- vienen de tiempo atrás. La Colombia Humana hizo una campaña pura de izquierda y, a diferencia de Duque, no envió mensajes conciliadores al centro durante el camino a la primera vuelta. Y, de acuerdo a los mensajes enviados por el propio candidato, más que buscar un punto de unión con los moderados, Petro quiere adhesiones a su nombre y no coaliciones en torno a programas. 

Sea cual sea el tamaño final del voto en blanco al final de la jornada del 17 de junio, su sola existencia como alternativa ya golpea severamente la narrativa de segunda vuelta de la campaña de Petro. En estas semanas el voto en blanco es un problema para Petro pero, de ser un porcentaje importante, lo será de Duque si llega a ser el ganador.