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'Jenny Ambuila, quería ser una ‘influencer’ con miles de seguidores en Redes Sociales y los únicos que la seguían eran la Policía y la Fiscalía', escribió alguien en Twitter luego de conocerse la detención de la joven, al igual que la de sus padres, Omar Ambuila y Elba Chará, así como de otros funcionarios de la DIAN en Buenaventura.

A la familia Ambuila Chará se le acusa, entre otros delitos, de testaferrato, enriquecimiento ilícito y lavado de activos que podrían significarles el pago de varios años de cárcel.

Jenny Ambuila se convirtió en noticia nacional por cuenta de que –a raíz de su detención– el país conoció de sus excentricidades y lujos, como ser propietaria de varios vehículos de gama alta, entre ellos un Lamborghini Huracán EVO y una camioneta Porsche, que superarían los 600 mil dólares.

Ambuila hacía ostentación en las Redes Sociales –donde aspiraba a ser 'influencer'– de bolsos exclusivos, como Louis Vuitton, Chanel y Givenchy, cuyos precios también son muy elevados y de muy difícil acceso para una joven estudiante, cuyo padre se desempeñaba como funcionario de la DIAN en Buenaventura, con un salario de 6 millones de pesos.

Los ingresos de la joven como 'influencer' –que alegó para justificar sus lujos– están muy lejos de permitirle ese nivel de gastos, que incluye también una matrícula por un mes en la Universidad de Harvard, que ascendió a los 8 millones de pesos.

Casos de corrupción como los de Jenny Ambuila y su familia abundan en Colombia que, como diría el ex presidente Darío Echandía, es un país de cafres. Y habría que agregar que también es de cacos, ladrones y corruptos. Ambuila no es menos corrupta, por ejemplo, que los hermanos Samuel e Iván Moreno, presos por incrementar su patrimonio en cientos de miles de millones de pesos, sin justificación alguna. Ni es menos corrupta que quienes han reconocido su participación directa en los robos a los dineros de la Salud y la Educación en distintos departamentos del país. Ni es menos corrupta que quienes recibieron millones de pesos en coimas para adjudicar contratos para favorecer a multinacionales como Odebrecht, o para beneficiar a contratistas en Reficar, entre otros muchos casos. Ni es menos corrupta que decenas de contratistas que se amangualan con funcionarios para saquear entidades oficiales.

No se trata de justificar la conducta corrupta de Ambuila, pero en Colombia hemos tenido –no de ahora, sino desde hace muchos años– ladrones de todos los géneros, colores y tamaños, que hicieron del robo continuado un estilo de vida. Hay altos jerarcas de la Iglesia Católica, generales del Ejército y la Policía, magistrados de altas cortes, ministros, gerentes de institutos descentralizados, alcaldes, gobernadores, entre otros muchos ladrones de cuello blanco.

Aunque algunos de ellos sufrieron lo que podría considerarse una sanción social, lo cierto es que muchos jamás recibieron el desprecio y la burla que han sufrido los Ambuila. Todo lo contrario: sus nombres siguen figurando en los clubes sociales de las grandes ciudades, entre ellas Bogotá, donde los siguen recibiendo como 'gente bien'.

El exhibicionismo de la señorita Ambuila puso sobre el tapete, una vez más el gravísimo asunto de la corrupción en Colombia. Y por cuenta del origen étnico de la involucrada –que todo hay que decirlo– el tema terminó arrastrando otros que son igualmente graves y complejos: el clasismo y el racismo en una sociedad clasista y racista como la colombiana.

En ciertos círculos bogotanos, una afrodescendiente conduciendo un Lamborghini aúlla. Para quienes asumen una postura clasista y racista en contra de Ambuila, su pecado no parece ser el recibir dineros provenientes de actividades ilícitas de miembros de su familia, sino el hecho de ser negra. El que sea o no corrupta le importa un comino a esa misma sociedad que cuando el corrupto es uno de los suyos, simplemente lo arropa y hasta lo justifica. ¡Si es de los nuestros que robe, parece ser la premisa!

¿El tratamiento a los corruptos es un asunto de estrato en Colombia?