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En la larga cadena que terminó con la captura, juzgamiento, condena y fuga de la ex congresista Aida Merlano todos los eslabones tienen un único elemento determinador y fundamental: la corrupción. No hay un solo eslabón de esa larga cadena en la que no estén presentes ya sea el tráfico de influencias o el dinero a rodos para definir la suerte política y legal de quien es hoy la persona más perseguida del país. Desde sus inicios en su vertiginosa y desaforada carrera política, que empezó en la Asamblea del Atlántico y culminó con su elección como senadora del Partido Conservador, Merlano escaló todos y cada uno de los peldaños asida de la mano de influyentes padrinos con mucho poder económico y político que supieron sacarle buenos réditos a su astucia y habilidad para conseguir votos.

Desde muy niña conoció el poder que tiene 'la mochila' en tiempos electorales y por eso cuando tuvo la oportunidad se valió de ella para comprar las conciencias de quienes venden su alma por una lámina de zinc o por unos devaluados pesos. Aida Merlano hizo de grande lo que aprendió desde niña. La 'mochila', donde guardan la plata para comprar votos, es para ella no una herramienta de corrupción, sino la extensión de sus brazos.

Ahora que Colombia entera conoció la historia y el prontuario de Merlano, por cuenta de su estrepitosa fuga, todos salen a rasgarse las vestiduras, empezando por la Fiscalía General, que descarga su ira y su impotencia en los hijos de Merlano, como si lo que hubiera de por medio fuera una vendetta siciliana y no un episodio lamentable y vergonzoso de corrupción. 

El alto gobierno también señala y acusa, buscando con ello tapar la vergüenza de un sistema carcelario que hace agua por todos sus costados desde hace décadas, sencillamente porque los miles de millones que circulan por los pasillos de las prisiones del país tienen el poder de comprar casi todas las conciencias.

El Inpec es hoy por hoy uno de los mayores nidos de corrupción del país. Allí todo se vende y todo se compra. Los corruptos le pusieron precio no solo a los guardianes pertenecientes a sus decenas de sindicatos, sino a los directores de todas las cárceles del país, algunos de los cuales –no todos por fortuna– terminaron vendiéndoles su alma al diablo. El escenario de liquidar al Inpec –puesto sobre la mesa por la ministra de Justicia, Margarita Cabello Blanco– es una buena opción en las actuales circunstancias.

Pero la maldita corrupción –que es el verdadero bosque que los árboles no dejan ver– compromete a toda la sociedad y no a una parte de ella, representada por funcionarios públicos corruptos. Es todo un universo que perdió la batalla y sucumbió ante el dinero fácil y el éxito a cualquier precio. La fuga de Merlano no fue la primera ni será la última. Ya vendrán otras más, porque el problema no son las cárceles –muchas o pocas– sino todo el sistema penitenciario, que está minado por la corrupción. ¿Qué hacer ante el caos?