El 'ataque preventivo' de Donald Trump al dar de baja al general iraní Qasem Soleimani, en el aeropuerto internacional de Bagdad, puso en alerta máxima a todos los países del mundo y desató un estado de nervios en Oriente Próximo, cuyos gobiernos están a la expectativa de una 'ola de venganza' por parte de los aliados del ayatolá Alí Jamenei.
Desde la invasión a Irak en 2003, Washington no había intervenido de forma tan directa y letal en Oriente Próximo, como acaba de suceder con el ataque a Soleimani, comandante de la Fuerza Quds de los llamados Guardianes de la Revolución iraní.
El mundo quedó notificado de las acciones de terror que vendrán por cuenta de la muerte de Soleimani, el segundo hombre más poderoso de Irán y su líder militar más carismático. El fantasma de Osama Bin Laden -jefe máximo de Al Qaeda, muerto por Estados Unidos en 2011- ronda de nuevo por las principales capitales del mundo occidental, que temen una retaliación terrorista por parte del 'Estado Islámico'.
Al patear el tablero en Oriente Próximo apenas comenzando el 2020, Trump no solo envió un mensaje a la comunidad internacional, sino -sobre todo- a los propios estadounidenses, que en su mayoría disfrutan el papel de ser una especie de 'sheriff justiciero' del mundo. La suerte de Trump -léase su reelección- está en manos del senado, que podría destituirlo, luego del juicio político que adelanta en su contra, aunque es evidente que cuenta con las mayorías.
Atacar a Irán para 'evitar una guerra y no para desatarla', según sus palabras, es la mejor fórmula que encontró Trump para mostrarse poderoso hacia afuera y muy fuerte hacia adentro en un año electoral. En los comicios de noviembre se sabrá si su apuesta fue la acertada o si por el contrario se trató de un grave error.
El arriesgado movimiento político-militar de Trump de inmediato llevó a los analistas a fijar sus ojos en Rusia y en Israel, entre otros gobiernos aliados, quienes quedaron obligados a fijar una posición. Es bastante probable que Vladimir Putin considere que 'esa guerra es de Trump' y no suya y por consiguiente decida no participar de forma directa en el nuevo conflicto, salvo que las circunstancias lo obliguen.
Israel, por su parte, mantendrá su postura de aliado político y militar de Estados Unidos, aunque lo cierto es que en estos momentos la mayor preocupación de Benjamin Netanyahu corre por cuenta de las denuncias por presuntos actos de corrupción que pesan en su contra. Es decir, la preocupación de Netanyahu en estos momentos es su propia supervivencia política.
Luego de los ataques a los altos oficiales del ejército iraní por decisión de Trump, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, inició una ofensiva diplomática para tratar de calmar las aguas entre los países amigos de Washington, entre ellos Francia, Alemania, Reino Unido, China, Arabia Saudí, Afganistán y Pakistán. Todo ello con el fin de enviar un mensaje tranquilizador que no afecte 'la paz mundial', pero -sobre todo- no vuelva trizas los mercados y la incierta economía de varios países amenazados por una posible recesión. Por lo pronto -como era de esperarse- los precios del petróleo se dispararon y su futuro inmediato depende de las consecuencias que tenga la muerte de Soleimani, así como la de Abu Mehdi al Muhandis, otro destacado jefe militar iraní muerto por Estados Unidos. Paradójicamente uno de los primeros beneficiados con el nuevo escenario bélico ha sido Irán, uno de los grandes exportadores de petróleo, cuya privilegiada ubicación geoestratégica le permite poner condiciones en el Oriente Próximo.