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Quiero que sepas cuando leas este escrito que yo también tengo incertidumbres y angustias. Como las tienes tú y tu familia y tus amigos. Es apenas natural que así sea. No estábamos preparados para esta trágica visita. Esa es la verdad. Nadie lo estaba. Ni los más poderosos, que han ganado mil batallas contra enemigos muy fuertes y que se hacen llamar potencias, saben con certeza qué tienen que hacer. O mejor: ¿qué tenemos que hacer?

Podemos estar seguros -eso si- que después de esta tormenta nada será igual. La vida nos habrá cambiado, Dios quiera que para bien. Ojalá que después de esta pesadilla que empezamos a vivir seamos menos soberbios y más humildes y más generosos y menos engreídos. Ojalá tengamos la oportunidad -cuando todo esto llegue a su fin- de ser más nobles. Ojalá podamos ser más solidarios, cuando el temporal amaine.

No es tiempo de odios, ni de rencillas. Es tiempo de unión y fortaleza espiritual. Ese monstruo invisible, cobarde y artero, que trastocó de repente nuestras vidas, no podrá vencernos si estamos juntos. Hoy más que nunca la familia debe estar unida. Es tiempo de reflexión, meditación y silencio. Nadie podrá salvarse solo. De nosotros depende que miles de personas sobrevivan y ello incluye a nuestros seres queridos. El Coronavirus no es un juego: es la más triste y cruel realidad que ha tenido que soportar la Humanidad en la historia reciente.

Pero es también -quiero que lo tengas muy presente- el más grande reto que hemos tenido que afrontar como país, sin distinción de clase, raza o religión. Ningún colombiano está inmune, ni el más rico ni el más pobre. No es un asunto de estratos sociales. Por eso mismo, entre todos debemos enfrentarlo y vencerlo. La unión y la solidaridad es la única manera de doblegarlo. Ese es su antídoto. Esa es la vacuna que lo vence.

Nosotros -que hemos librado tantas guerras, inclusive las más absurdas- tenemos la obligación de ganar esta. No hay otra opción. El enemigo es común y nos amenaza a todos. Debemos escuchar y acompañar a quienes toman decisiones por nosotros. Para ellos tampoco es fácil definir nuestra suerte, en medio de un mar de aguas procelosas.

No es tiempo de cálculos políticos, ni de mezquindades electorales. No es momento de sangrar heridas ni de pasar cuentas de cobro. No es tiempo de vanidades absurdas, como esa de establecer quién lo dijo o lo hizo primero. ¿Quién obedece a un gobernante si no hay gobernados que gobernar? O preguntémonos mejor: ¿cómo manda un rey vivo sobre un mendigo muerto? Un muerto ni obedece ni elige.

¿Qué debemos hacer todos para afrontar y vencer al Coronavirus?