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Nunca antes el papa Francisco estuvo tan acompañado.

¡Qué contraste! La Plaza de San Pedro completamente desolada, mientras miles de millones de católicos del mundo seguían cada una de sus palabras y sus pasos con humildad y reverente devoción. Su histórica bendición 'Urbi et Orbi', bajo un cielo gris plomizo y una pertinaz lluvia, fue recibida como una voz de aliento en medio de la tormenta, como un refrescante bálsamo en una herida sangrante.

El coronavirus, al parecer, logrará lo que nadie había podido alcanzar en cientos de años: unir a la Humanidad. 'Nadie podrá salvarse solo', dijo el Sumo Pontífice ante una plaza silente, como nunca antes se había visto. 'Desde hace algunas semanas -dijo Francisco- parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa'.