Álvaro Uribe Vélez es el político más influyente en la historia reciente del país. En sus dos gobiernos consecutivos (2002-2010) Colombia superó la incertidumbre económica y social, producida por la inseguridad generalizada y enraizada por décadas a lo largo y ancho del país. Su política de 'Seguridad Democrática' logró desactivar los llamados grupos paramilitares, cuyos jefes terminaron extraditados a los Estados Unidos; y demolió la capacidad de combate de las Farc, hasta el punto de llevarlas a abandonar la lucha armada, propósito que se materializó durante el segundo mandato de Juan Manuel Santos.
Hasta los más radicales opositores de Uribe, entre ellos el propio Santos, le reconocen su gestión no solo en la recuperación de la confianza de los inversionistas en el país, sino también en devolverle a Colombia la tranquilidad perdida. Los golpes contundentes y certeros propinados a las Farc volcaron de nuevo a los colombianos a las carreteras nacionales. Las tristemente célebres 'pescas milagrosas' fueron –¡por fortuna!– cosas del pasado. En otras palabras, con Uribe en la Presidencia y gracias a su política de 'Seguridad emocrática', Colombia dejó de ser un Estado fallido, como en su momento lo llegaron a considerar influyentes periódicos y revistas de Estados Unidos y Europa. De la mano de Uribe el país dejó de asistir al triste, lamentable y humillante espectáculo de las tomas guerrilleras a poblaciones y bases militares, como Miraflores, Patascoy y Las Delicias, entre otras.
Por ser Álvaro Uribe el dirigente más influyente de Colombia es que la decisión de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia de ordenar su captura el pasado 4 de agosto causó un verdadero 'tsunami' nacional. No es para menos. Semejante decisión tuvo y tendrá efectos en el devenir nacional en los próximos años, sin duda alguna. Con Uribe preso, como ahora, o libre al probar su inocencia durante el juicio, la política nacional no será igual.
En términos políticos y electorales el 'caso Uribe' puede significar el fin del uribismo o su consolidación como partido político con vocación histórica. En el primer escenario, quedaría probado que como ocurre con casi todos los partidos caudillistas, el ocaso del creador significa también el fenecer del partido creado por él. Pero también podría significar la reafirmación del uribismo, ya sea con el ex presidente libre y con más bríos, o mediante el surgimiento de nuevos liderazgos que permitan mantener vigente su legado.
Pero el difícil trance que vive Álvaro Uribe es también un enorme reto para el presidente Iván Duque, quien deberá culminar su mandato con su mentor dedicado exclusivamente a defenderse. Del comportamiento de Duque dependerá el juzgamiento del uribismo, que lo verá como 'héroe' si se juega a fondo por la defensa de su jefe natural, o como 'villano' si asume una postura tibia, distante o inclusive muy respetuosa de las decisiones de la Corte Suprema.
¿Qué le espera a Álvaro Uribe en manos de la Corte Suprema?