La ciencia electoral es muy simple: una elección la gana el candidato que más votos saca. Punto. Es así de sencillo desde el punto de vista matemático de sumas y restas.
Pero resulta que el asunto es mucho más complejo. En los triunfos electorales cuenta mucho la forma como se gana. Un candidato no puede ganar vendiéndole el alma al diablo, porque después tiene que pagar con intereses los compromisos que adquirió durante la campaña. Le ocurrió a Ernesto Samper en 1994, cuya campaña presidencial recibió dineros del cartel de Cali para poder derrotar a Andrés Pastrana. Samper ganó, pero no tuvo un solo día de paz durante sus cuatro años de gobierno. Ni la extradición de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, jefes de esa organización narcotraficante, sirvió para amainar la tormenta del proceso 8.000, escándalo que marcó para la historia el mandato del ex presidente liberal.
El segundo período de Juan Manuel Santos en 2014 también terminó salpicado por otro escándalo. Luego de perder la primera vuelta con Óscar Iván Zuluaga, la campaña oficialista habría recibido dineros provenientes de la multinacional brasileña Odebrecht, según testimonio de algunos protagonistas de ese nefasto episodio, entre ellos el exsenador cordobés Bernardo 'Ñoño' Elías, quien sostuvo ante la Fiscalía que dineros de la multinacional ingresaron a la campaña de Santos luego de la primera vuelta. La versión del Ñoño –condenado por la Corte Suprema– ha sido desmentida por la defensa del expresidente. El político cordobés sostiene que entregó $800 millones al entonces gerente de la campaña santista, Roberto Prieto. 'A la campaña entraron dineros corruptos', sostiene Ñoño Elías.
Por cuenta del Ñoño, el nombre de Santos y su triunfo en segunda vuelta seguirán, pues, relacionados con la presunta financiación de Odebrecht.
De manera que lo más importante no es ganar las elecciones, sino la forma cómo se ganan. Al candidato presidencial Gustavo Petro, máxima figura del llamado Pacto Histórico y primero en las encuestas, se le ha desatado una tormenta por sus 'coqueteos' con líderes políticos con quienes no tiene ninguna afinidad ideológica o con quienes ha tenido grandes diferencias políticas en el pasado reciente. Varios de ellos, inclusive, han sido objeto de denuncias.
El caso más reciente es el del ex gobernador de Antioquia Luis Pérez Gutiérrez, quien ha tenido acercamientos con dirigentes del Pacto Histórico para que el liberalismo participe de forma conjunta en una consulta popular en marzo.
La posible llegada de Pérez –alcalde de Medellín durante la llamada operación Orión y muy cercano al ex presidente Álvaro Uribe– desató la ira de amigos y copartidarios de Petro, como el senador Iván Cepeda, quien no ahorró palabras de reprochar el desembarque de Pérez en las toldas del Pacto Histórico: 'Las elecciones se pueden perder, pero no la coherencia ética', fue el primero de muchos trinos escritos por el senador del Polo Democrático en el que rechazaba la posible alianza con el ex gobernador de Antioquia.
Ante la tormenta desatada, Pérez debió salir al paso. Explicó que hizo una solicitud al expresidente César Gaviria para que el Partido Liberal –dentro del Pacto Histórico– compita con Petro en marzo. El compromiso que adquiriría el partido es que si llega a perder, tendría que apoyar a Petro.
La explicación de Pérez no logró calmar las aguas petristas, donde más voces se sumaron a la inconformidad expresada por Cepeda. Desde destacadas influencers petristas, como Margarita Rosa De Francisco, hasta precandidatas, como Francia Márquez, manifestaron no estar dispuestas a 'tragarse el sapo' de ver a Luis Pérez con la camiseta del Pacto Histórico. 'Yo le pido a Gustavo Petro –trinó Margarita Rosa De Francisco– que nos explique con toda claridad a los que creemos en su proyecto político qué significa la movida de Pérez y su combo a la consulta. ¿En qué se van a poner de acuerdo? ¿La cosa es un hecho? ¿Cuál sería el trato?'.
Así las cosas, la pregunta que hoy se hacen algunos seguidores de Petro es la siguiente: ¿Todo vale para alcanzar el triunfo? ¿Tiene sentido ganar unas elecciones para terminar hipotecando un gobierno?