Después del rabioso, incoherente y deshilvanado discurso de Gustavo Petro, el pasado jueves 12 de diciembre en Barranquilla –durante la Asamblea Popular por la Democracia Energética– la conclusión a la que hay que llegar es que poco o nada podemos esperar de un mandatario que durante la campaña presidencial prometió ríos de leche y miel, tanto para la Región Caribe, como para la capital del Atlántico. Lástima.
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Petro volvió a Barranquilla a repetir un discurso manido, vacío, insulso, cargado de odio y –lo más grave– carente de soluciones concretas a los graves problemas de la región Caribe, en especial el de las altísimas tarifas de energía que pagamos sus habitantes.
“Queremos demostrar –dijo Petro– en la práctica, aún sin la Creg y sus normas, sino con el régimen vigente, al pueblo colombiano que vive bajo la jurisdicción de Air-e y de Afinia, que se pueden bajar las tarifas de energía en Colombia”.
Resulta increíble que cuando ha transcurrido más de la mitad de su mandato, Petro siga hablando como si no estuviera en la Casa de Nariño, como si no fuera el jefe del Estado. ¡Esto mismo fue lo que prometió cuando llegó a Barranquilla como aspirante presidencial: bajar las impagables tarifas de energía!
Petro no ha querido entender que la solución a la crisis está en sus manos. De nadie más. Pero su activismo obtuso y ramplón, así como su exuberante incompetencia, no le permiten afrontarla y superarla. No ha sido capaz –¡en casi tres años de mandato!– de conformar la Comisión Reguladora de Energía y Gas (Creg) con funcionarios idóneos, técnicos y expertos. Algo tan simple le quedó grande. Los llamados perentorios de la procuradora general, Margarita Cabello, para que la integre, resultaron infructuosos. Mientras tanto, los usuarios seguimos pagando las tarifas más altas del país.
El pasado jueves quedó demostrado una vez más que Petro a Barranquilla nunca trae soluciones, sino insultos y agravios. Esta vez –para variar– la emprendió de nuevo contra el alcalde Alejandro Char, quien –con toda razón– ese día prefirió entregar obras en sectores vulnerables de la ciudad, en lugar de quedarse más de cinco horas esperándolo para que lo insultara.
“No tiene la dignidad democrática –vociferó Petro en la tarima– de acompañar al presidente de la República, porque se ha vuelto un obstáculo para la política democrática del gobierno”.
El alcalde Char no asistió porque a esa hora tenía cosas más importantes que hacer, como entregar obras realizadas en sectores marginados de la ciudad, de la mano de la Fundación Mario Santo Domingo, que beneficia a familias de estratos 1,2 y 3.
Esa actividad –sin duda– es mucho más gratificante para el alcalde Char, que ser objeto de todo tipo de señalamientos por parte de un presidente con el que no tiene ninguna afinidad y quien ha demostrado hasta la saciedad que carece de afecto por la ciudad.
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En el laberinto en el que vive, Petro no solo la emprendió contra el alcalde Char, sino que desafió las normas más elementales del decoro y el respeto. Desde Barranquilla retó a quienes cuestionan su asistencia el próximo 10 de enero a la posesión del violador de Derechos Humanos y ladrón de elecciones, Nicolás Maduro. “Yo veré si voy o no…”, espetó –iracundo y balbuceante– contra quienes osan criticar su presencia en Caracas.
Luego –ante la perplejidad y el asombro de propios y extraños– defendió el nombramiento del innombrable Daniel Mendoza, como embajador en Tailandia. “Yo soy un emancipador, un libertario, no soy un cura rezandon…”. Y –como si todo lo anterior fuera poco– antes de bajarse de la tarima maldijo a los congresistas que hundieron su nefasta reforma tributaria.
¿Quiere salir Petro de ese laberinto en que se encuentra o prefiere quedarse allí, a sabiendas de que ello le permite evadir una realidad agobiante que lo supera y lo muestra como un gobernante inepto, superado por sus propias frustraciones y limitaciones?
Ausencia del alcalde Char: dignidad es no estar presente para que lo insulten
Nada tenía que hacer el alcalde de Barranquilla, Alejandro Char, en la tarima de la Asamblea Popular por la Democracia Energética, el pasado jueves en Barranquilla. Nadie tiene porque estar presente en un lugar donde sabe de antemano que lo van a insultar. El comportamiento de Petro contra Char es predecible, como lo es también su tirria contra Barranquilla. ¿Qué sentido tenía esperar a Petro más de cinco horas para ser blanco de sus señalamientos y objeto de sus delirantes resentimientos? Hizo bien el alcalde Char en destinar ese tiempo para ocuparse de actividades más placenteras y gratificantes, como la entrega de obras a la población más vulnerable de la ciudad. ¡Cinco horas es mucho tiempo para un alcalde que maneja una agenda muy apretada! Petro cree que el hecho de ser presidente obliga a todo el mundo a tener que soportar su impuntualidad y sus groserías. “No tiene la dignidad democrática para acompañar al presidente de la República, porque se ha vuelto un obstáculo para la política democrática del gobierno en el Caribe y el país”, afirmó Petro, descompuesto por la ira. Nada que ver. Precisamente, la dignidad es la que obliga a una persona a no estar presente en un sitio donde sabe que lo van a insultar y agraviar. Punto.
Mendoza, ¿embajador? Gobierno misógino que premia la violencia contra la mujer
Al declinar su nombramiento como embajador en Tailandia, después de la delirante defensa que Petro hiciera de su designación en Barranquilla, Daniel Mendoza dejó en evidencia la ordinariez y ramplonería de un gobierno inmoral y mediocre. Petro jamás debió designar embajador a un innombrable como Mendoza. Su defensa –tanto en Barranquilla como en redes sociales– resultó más ofensiva que el propio nombramiento. “Por ahí me están diciendo que no puedo nombrar al señor Mendoza de embajador, el que hizo el Matarife, porque salieron unas fotos de él, desnudo con unas señoras. Las señoras –sostuvo Petro– no dicen que fueron a la fuerza, sino que les gustó el momento…”. Ante el tsunami de voces indignadas con el afrentoso nombramiento, Mendoza no tuvo más que declinar su postulación a ser embajador en Tailandia. No obstante, quedó en evidencia el desprecio por las mujeres de un gobierno misógino y machista, que no solo no rechaza la violencia sexual contra la mujer, sino que la premia. La comparación que hace Petro de la ramplonería y la vulgaridad en el lenguaje de Mendoza con la prosa magistral de Nabokov, por ejemplo, no merece –obviamente– ningún comentario.
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En lugar de maldecir congresistas, Petro debe ejecutar los miles de millones que tiene guardados
“Maldito el parlamentario que a través de las leyes destruye la prosperidad de su propia tierra, de su propio pueblo…”. Con estos deseos malignos, Petro descargó en Barranquilla su ira y su impotencia contra aquellos congresistas que osaron hundir su reforma tributaria. No hay que llamarse a engaños: el hundimiento de la reforma es el resultado de su pobre gestión, su derroche irrefrenable y su tolerancia con la corrupción. Por cuenta de ello es que no ha podido hacer buen uso de los multimillonarios recursos que tiene a su disposición, todos aprobados por los mismos congresistas que maldijo en su ataque de ira. Las cifras que demuestran su incompetencia son muchas. Un reciente informe de la Contraloría General, por ejemplo, sostiene que el gobierno solo ha ejecutado el 71 por ciento del presupuesto del 2024, la cifra más baja de los últimos 5 años. En lo que tiene que ver con inversión, este gobierno apenas ha ejecutado 44,8 billones de los 100 billones de pesos que fueron asignados. ¿Para qué quiere Petro más plata, si no la ejecuta? ¿Para derrochar en populismo puro y duro o para financiar futuros procesos electorales?
Posesión de Maduro: asistir es un asunto de Estado, no un capricho personal
“Yo veré si voy o no a la posesión de Maduro”, afirmó Petro, de forma altanera y retadora, sobre la posibilidad de asistir el próximo 10 de enero a la “posesión” de Nicolás Maduro en Caracas. Está más que demostrado que Maduro se robó las elecciones en Venezuela. Es un usurpador del poder presidencial, que debe estar en cabeza de Edmundo González. Petro lo sabe, pero no quiere desafiar a su amigo Maduro. No quiere desatar su ira. Asistir a Caracas significa legitimar una dictadura. Significa darle plena validez a un régimen autoritario y violador de todos los Derechos Humanos. Punto. Asistir a la “posesión” de Maduro, contrario a lo que piensa Petro, no es un capricho personal, que se puede soslayar con el altanero “yo veré si voy…”. Es un asunto de Estado, con todo lo que ello implica. Pero, al parecer, al igual que sucedió con el nombramiento de Daniel Mendoza como embajador, a Petro le cuesta entender las graves consecuencias que tienen sus decisiones.
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