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Alfredo De la Fe esboza una sonrisa amplia como reverencia. Extiende su brazo izquierdo en dirección hacia el interior de su actual morada —situada en el norte de Barranquilla— e invita a pasar a Gente Caribe. Antes de iniciarse la sesión fotográfica camina hacia un altar que está anclado en su sala, que es la prolongación de las creencias de su bisabuelo, el cubano Gustavo Díaz, y donde reposan 17 collares multicolores que cada uno representa a un orisha diferente, pero que juntos conforman su amuleto de protección. Los toma, los cuelga en su cuello y después se dispone a posar.

Ya en la conversación hace memoria de su encuentro con el violín a muy temprana edad. Dice que lo vio por primera vez en la televisión creyendo, ensimismado en su inocencia, que no era real y que solo hacía parte de la magia de las cámaras. A los 4 años, caminando por las calles de La Habana (Cuba), vio un violín real, mientras que a los 6 pudo apreciarlo de cerca gracias a que su padre llevó a casa uno viejo, sin cuerdas y sin arco que había encontrado en la basura. Su madrina, la guarachera de Cuba, Celia Cruz, fue la encargada de regalarle las cuerdas y el arco que le faltaban, bajo el compromiso de que llevara la música de su tierra por todo el mundo.

A lo largo de su historia ha tenido varios violines, un conteo del que no tiene mucha precisión, pero asegura que aún conserva uno acústico que fue creado en 1823 y otro que pudo comprar a sus 15 años, vendiendo las joyas que su papá le había obsequiado como regalo de graduación del bachillerato. Actualmente tiene tres violines: uno acústico y dos eléctricos.

Este instrumento es sin duda una extensión de su cuerpo. Desde siempre ha logrado tener una cercanía intrínseca con este y desde el día uno ha podido tocarlo libremente. Su primera salsa inédita recibe el nombre de Un nuevo amanecer, cuya letra lo dio a conocer en la industria.

Su plus ha sido fusionar los acordes del violín con el género de la salsa, una apuesta ganadora que le ha regalado muchas alegrías, y que le dio en su momento un cupo seguro en las Estrellas de Fania, además de tocar con artistas como Johnny Pacheco y Héctor Lavoe, por solo mencionar dos gigantes del género.

Hoy día, con el renombre del ‘Violinista de la salsa’, se encuentra afincado en la capital atlanticense, una ciudad que lo vio por primera vez en 1982 y con la que siente una conexión 'especial' porque en su aire encuentra 'ese algo' que lo hace suspirar.