De la vieja hornilla de barro que está en la cocina de bahareque y en piso de tierra, María del Carmen López extrae los carbones más rojos, que son pura candela viva, para planchar una vez por semana, a fuerza de pulso, la ropa almidonada de los miembros de su familia y organiza con innegable cariño los uniformes de sus nietos y nietas.
En la finca vecina de esa misma comarca, Las Cruces, en Lorica, Córdoba, Bienvenido González apoya sobre su hombro derecho, lo más cerca al oído, el radio que funciona con pilas, para no perderse el mínimo acontecimiento que ocurre en Córdoba y el mundo. El viejo Sonivox está un poco estropeado por el trajín del campesino entre corrales y potreros.
Los habitantes de Las Cruces, a once kilómetros del corregimiento Los Gómez, vivieron 45 años sin energía eléctrica, al igual que la colindante vereda de Galilea.
El Heraldo los visitó en mayo de 2009 para conocer como transcurrían los días en los hogares de sendos poblados, cuando en ese entonces compartían entre vecinos y familiares televisores a blanco y negro, que funcionaban con baterías de carro y esperaban la penumbra dotados de kerosene para las linternas y mechones.
El arcaico televisor de marca desvanecida que esa mañana estaba encendido en el rancho de palma de María Del Carmen López, permanece como insignia en la sala de la casa.
Las novelas, noticias y programas de entretenimiento se disfrutan a color desde enero del año pasado, tal como lo comprobó y lo narró El Heraldo en su segunda visita a la zona, cuando la extensión de las redes alegró los corazones de más de un centenar de campesinos que encendieron un bombillo por primera vez.
Después de 19 meses regresamos para comprobar que los lugareños de Las Cruces y Galilea ahora viven entre la modernidad y sus tradiciones, incluso, muchos creen que todo tiempo pasado fue mejor.
Allí, entre lomas verdes y caminos resbaladizos, aún con energía eléctrica, la plancha a carbón, el café hecho en leña, el radio con baterías, el agua de tinaja y el mechón con kerosene, perduran como costumbres arraigadas a la vida rural.
“Es que al mismo tiempo se ahorra energía y ya nos acostumbramos a vivir así, utilizamos la luz que nos trajo Electricaribe, pero para ver televisión o mantener hielo para los jugos”, sostiene Bienvenido, al retorno de una agotadora actividad en su granja. El Sonivox también descansa en la mesa mientras su propietario se quita las ardientes botas de caucho.
Noches imperturbables
En Las Cruces y Galilea el sonido de la noche agraria le gana aventajado a la novedad de tener luz eléctrica. El sapo, el grillo, y el búho amenizan aún la oscuridad entre chinchorros y relatos de abuelos, recita el viejo José Martínez, al vaivén de una hamaca de pita en su vivienda de Galilea.
Don José advierte que la estufa de energía es más un lujo para ellos que una necesidad, porque discute con sobrado argumento que el sancocho elaborado en leña es más sabroso y así se lo exige a su hija Nelfi, la comisionada del fogón. Sin embargo, ambos celebran que en medio del ahorro natural, ya pueden adquirir la nevera para conservar la inyección de insulina que todos los días deben aplicarle a la esposa de don José, Argenia Hernández de Martínez.
“Porque es que ella se firma así, con mi apellido”, advierte el viejo José, muy efusivo.
Anteriormente debían conservar al menos cuatro cubetas de hielo en un termo para guardar el medicamento de doña Argenia.
En la casa de don José también hay televisor a color y DVD, pero la costumbre campesina es que ambos se encienden solo por las noches para compartir en familia, mientras se dejan vencer del sueño.
El foco de mano que funciona con batería y el mechón o linterna con kerosene siguen ocupando un lugar de privilegio cuando en las noches es necesario caminar los alrededores de las casas para ahuyentar cualquier animal, o salir a visitar a un vecino enfermo.
Entre otras ventajas de contar con energía está la comodidad de mantener los celulares con las baterías cargadas.
Recientemente, era necesario llevarlos a cualquier casa de los pueblos cercanos como Guayabal y Nueva Lucía, a pedir prestado un tomacorriente.
“La condición era permanecer un día sin teléfono mientras se cargaba en otro pueblo para entonces tenerlo dos días”, narra Nelfi, al tiempo que ajunta la leña en la hornilla para ofrecer el auténtico café campesino. La estufa eléctrica, está en una esquina apartada y la tinaja donde se guarda el agua fresca aún no ha cedido el espacio a la nevera.
Es una respuesta cultural
El investigador y sociólogo Víctor Negrete Barrera, director de la Fundación del Sinú en Montería, afirma que la actitud de los campesinos de Las Cruces y Galilea, en el sentido de seguir utilizando la plancha a carbón, el radio con pilas, el fogón de leña y demás comportamientos tradicionales, no es más que una respuesta cultural.
“Hay que entender que cultura no es solo el baile, la música y las manifestaciones artísticas, también lo es toda creencia, todo conocimiento, costumbres y experiencias de un pueblo”, precisó el académico.
Advierte que el cambio de no tener energía eléctrica a contar con el servicio, obliga a que exista también un cambio de comportamiento en los beneficiados, pero de forma gradual y no brusca.
“Algunos encontrarán que sus antiguas creencias son mejores que las actuales. Muchos además hacen la comparación económica y por eso prefieren ahorrar”, explicó Negrete Barrera.
Afirmó finalmente que poco a poco los campesinos se darán cuenta que no pueden seguir talando árboles para cocinar con leña.
Texto y fotos Eduardo García




