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Alejandro García le juró amor eterno a su mujer, por eso desde que ella murió hace cinco años decidió mudarse para el cementerio. Allí construyó una casa sobre la tumba de su compañera, pasa los días y hasta duerme con ella.

“Este es un guayabo que no me quita nadie. A ella le entregué todo mi amor y nunca la olvido”, señala. Durante 56 años, Alejandro y María Antonia Mejía vivieron como marido y mujer, tuvieron 20 hijos y fueron felices.

Ni la muerte los ha podido separar, porque Perolón, como popularmente conocen en el pueblo al viejo Alejo armó un rancho, construyó tres paredes, le puso techo, hizo un jardín, se llevó una mecedora y convirtió la tumba de su amada en una cama de cemento en la que reposa y duerme para estar a su lado.

“Nosotros nos conocimos en Mompox, ella tenía 14 años y yo 19, desde entonces nunca nos separamos. Después nos fuimos a vivir a Pailitas donde vendía cerdo y pescado, por eso me pusieron Perolón, porque andaba con una ponchera en el hombro ofreciéndolos a la gente”, comenta.

Alejandro está vinculado al programa de Adulto Mayor y recibe 140 mil pesos cada dos meses como auxilio del gobierno, los que en gran parte invierte en su casa.

“El primer rancho lo hice con cartón y unos trozos de madera, después poco a poco la fui mejorando. Con e siguiente pago le voy a echar piso de baldosas”, aseguró.

Loco, pero de amor. A sus 84 años, García es todo un personaje en Tamalameque. La gente le brinda cariño y escucha sus cuentos. Al comienzo pensaron que estaba loco, pero después se dieron cuenta de que lo suyo era amor del puro y verdadero.

José Manuel Pacheco, trabajador del cementerio, señala que el viejo Alejo recibe visitas de todo el que llega. “Pasa todo el día aquí y sale a comer a donde sus hijas, después regresa y cuida a su mujer”, explica.

De mediana estatura, por su edad ya no trabaja y en los ratos cuando no está en el rancho recorre las calles del pueblo en una bicicleta que tiene desde hace más de 20 años.

Perolón dice que María Antonia murió de una inyección mal puesta, pero realmente su deceso fue por una infección pulmonar. Su dolor se agudizó con el fallecimiento de su hijo menor, José de los Ángeles García, afectado de leucemia, a quien sepultó junto a su mujer.

Consagrado a su mujer. “Cuando me fui a vivir con ella, abandoné todo. Dejé el ron, el cigarrillo y las parrandas. Yo andaba con mi compañera por todos lados”, explica mientras descansa en la mecedora, y agrega que “eso de estar a su lado no me lo quita nadie, el amor de ella nada más soy yo, desde que se fue, el mundo para mí se acabó”.

Fue tal su tristeza por su muerte que el día del sepelio intentó suicidarse. “Me tiré a unos palos para ver si me mataba y me iba con ella, pero la gente me salvó”, dijo.

Cada mañana el hombre sigue un ritual que comienza con una oración en el altar de su casa, después barre y riega las flores, luego sale a desayunar, da una vuelta en su bicicleta por el pueblo, la plaza Simón Bolívar y regresa al cementerio.

Todos los días habla con su mujer como si estuviera de cuerpo presente, se acuesta colocando una almohada sobre la bóveda y empieza a recordar lo que vivió a su lado. En medio de su “locura de amor” él aún guarda la bata que usaba María Antonia para dormir y a veces se viste con ella para sentirla más cerca.

Jocosamente en Tamalameque recuerdan que Perolón antes de salir a sus recorridos dejaba encima de la tumba alimentos y hasta una moneda de 500 pesos, como un esposo deja un diario a su compañera, pero los niños del pueblo se percataron de aquello y aprovechaban su ausencia para comer y llevarse la plata.

“Este es un personaje nuestro, su historia ya hace parte de la cultura de Tamalameque”, dijo el profesor Alfonso Beleño.

Por Miguel Barrios
miguel.barrios@elheraldo.com.co
Tamalameque, Cesar