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En la entrada de la casa de Norma está el árbol más grande que jamás he visto. Entre sus ramas reposan muchachos desocupados que intentan refugiarse del sol. Norma nos recibe con entusiasmo. Un perro camina cerca a mis pies. La mujer intenta alejarlo, dice que muerde. Dentro, la casa tiene un techo alto de tejas separadas con rayos del sol que penetran con ímpetu. En una mecedora descansa la mamá de Norma. La abuela de Karina Cabarcas Peñata. Apenas nos da un vistazo. Sabe que vamos a preguntar por su nieta que desapareció hace cinco años. La tristeza se posa de manera inmediata sobre sus ojos llorosos.

Entrar a la casa de una persona desaparecida –creo– es entrar a un mundo impregnado por la incertidumbre, la nostalgia y la esperanza. Los desaparecidos nunca mueren. Norma espera a su hija. Presiente que pronto tendrá noticias de ella.

Nos ubica en unas sillas y con una disciplinada militancia desenrolla un pendón con el rostro impreso de la joven y un mensaje que dice: 'Karina sigue desaparecida. ¡Sus amigos y familiares seguimos en su búsqueda! ¡Usted puede ayudarnos a encontrarla!'. Lo cuelga de una viga con la misma vehemencia que se iza una bandera. Su hija es su causa.

Karina salió de su casa en el barrio Torices de Cartagena el lunes 20 de junio de 2011. Dijo que iba a hacer una tarea de la universidad, pero como una travesura de sus 19 años, se fue para la playa con un muchacho del vecindario. Ninguno de los dos regresó. El cuerpo del joven fue hallado en la playa. Desnudo y sin vida. Su muerte se le atribuyó a una asfixia mecánica.

Mientras Norma habla con nosotros, a un par de metros se sienta Diana, la prima de Karina. Silenciosa, atenta, escucha todo, casi desde la sombra. De vez en cuando dice una palabra para corregir a su tía o darle algún dato con precisión. Diana fue la última persona de la familia que vio a Karina. Antes de salir de casa se despidió de ella con un ligero movimiento de la mano. Se veía tranquila.

En aquellos días Norma trabajaba en Bogotá en casa de un general del Ejército. Le mandaba a su hija dinero para sus estudios en turismo e idiomas en el Colegio Mayor de Bolívar.

La noche en la que Karina no volvió a casa, Norma tuvo un sueño: 'Sentí que a Karina se la llevaba un hombre y que ella me llamaba. Fue cuando yo me pregunté qué le habría pasado a Karina. No pude dormir más. En la mañana me llamó mi hermano a decirme que Karina estaba desaparecida'.

Mientras Norma alistaba su viaje de regreso a Cartagena para encontrar a su hija, Diana —apenas unos años mayor que Karina— comenzó a desplegar una búsqueda entre familiares y amigos. Imprimió una fotografía de su prima y pegó carteles por todos lados. Denunció la desaparición ante Fiscalía y fue allí que se enteró que habían encontrado muerto al joven con el que desapareció Karina. Ellos habían salido juntos a las 4 de la tarde de ese 20 de junio y, según se enteró, el reporte dice que al muchacho lo asesinaron 3 horas después, a las 7 de la noche. Un taxista lo encontró en la orilla de una playa a las 12 de la noche.

Las pistas

Como parte de la búsqueda que emprendió, Diana obtuvo información de algunas personas. En la playa de Bocagrande dijeron que habían visto a Karina con el joven. Que estaba lloviendo y que habían intentado conseguir un taxi. Otros decían que la habían visto deambulando sola por allí, pero quizá el dato más concreto lo dio un hombre que llamó al celular de Diana. Dijo haber visto a Karina en una discoteca del sector de la Bomba del Amparo, lejos de la playa, que estaba acompañada de un hombre mayor. Diana fue con sus amigos hasta el lugar y un vendedor ambulante de café que estaba en la entrada le confirmó que la había visto salir, que era ella, que se había subido a un taxi acompañada de un hombre mayor que la llevaba hacia un motel. Que ella no parecía estar en sus cinco sentidos, actuaba como enajenada. El vendedor les aseguró que el taxista regresaría porque allí era su estación. Esperaron. Efectivamente regresó. Apenas confirmó que sí había visto a Karina acompañada de un hombre mayor. No dijo nada más. Quizá por temor de meterse en problemas y huyó. Diana lo vio alejarse y con él se llevó la pista que conduciría a su prima.

Desde entonces han pasado cinco años. La Fiscalía poco se comunica con la familia, no le cuentan a Norma si hay avances en la investigación o si el proceso está dormido en una de tantas otras carpetas de niñas y mujeres desaparecidas de este país. Ella siente cierto entusiasmo cuando algún periodista aparece interesado en escribir sobre Karina porque encuentra que alguien, además de ella y su familia, no la ha olvidado.

En una ocasión, mientras se encontraba en misa, recibió la llamada de un hombre que le dijo que Karina estaba bien, pero que no la buscara más. Luego vino el silencio. Nunca más volvió a llamar. Intentó devolver la llamada, pero tampoco contestaron.

Diana se acerca. Le explicamos que también queremos hablar con ella. Es cautelosa, pero está enterada de cada detalle de la desaparición de su prima. Su juventud le da la claridad mental para hacer conjeturas, sacar conclusiones, actuar con prisa. Buscó a Karina con valiente arrojo y ahora, después de tanto tiempo, sigue soñando con ella. Sueña con pistas que puedan conducirla al paradero de su prima desaparecida.

¿Con quiénes se encontraron los muchachos? ¿La misma persona que mató al joven se llevó a Karina? ¿Es el mismo hombre con el que la vieron en el bar? ¿Fue el mismo que la subió a un taxi para llevarla a un motel? ¿Es el mismo que años después llamó a Norma a decir que no la buscaran más?

'Yo tengo esa fe, yo sé que Karina no está muerta, yo sé que Karina algún día va a aparecer, y es en el tiempo de Dios. Yo sé que este es un año de victoria para mí, porque yo voy a recibir noticia de Karina', asegura Norma con especial convicción.

Salimos de la casa de Norma con la promesa de volver. Atrás queda el rostro de la abuela triste, la madre aferrada a Dios y la prima que sigue intentando entender qué ocurrió. Las muertes son una desgarradora partida. Las desapariciones son la agónica espera de una llegada.