Hablar de movimientos antivacunas no es nada nuevo. En 1879, por ejemplo, en Norteamérica se fundó la Sociedad Antivacunación de Estados Unidos. Posteriormente en Europa nació la Liga contra la vacunación obligatoria de Nueva Inglaterra, y así progresivamente fueron fundándose más agremiaciones que reunían a personas que a través de campañas y batallas legales han derogado leyes de vacunación obligatoria argumentando 'violación a los derechos individuales de las personas'.
Los motivos van desde creencias religiosas hasta teorías pseudocientíficas, todos hasta el momento sin ningún tipo de argumento sólido.
En la actualidad, cuando el mundo batalla contra la covid-19 y varias farmacéuticas han desarrollado vacunas para mitigar la pandemia, han resurgido con más ímpetu dichos movimientos que por medio de teorías como implantaciones de chip, modificaciones genéticas y marcas demoniacas han logrado convencer a algunas personas que están indecisas para que no se vacunen.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) había categorizado a los movimientos antivacunas como una de las principales amenazas para la salud.
Un artículo científico de la revista Scielo define a los movimientos antivacunas como 'un colectivo de personas que por diferentes motivos (sanitarios, religiosos, científicos, políticos, filosóficos) creen que las vacunas y en definitiva el acto de vacunarse supone un mayor perjuicio para su salud que el posible beneficio que puedan aportar. Son grupos muy activos y reivindicativos, que aportan información no contrastada y acientífica, pero que ya han conseguido que las coberturas en algunos países se hayan visto afectadas'.
La comunidad científica ha tenido que salir en múltiples ocasiones a desmentir la falsa información compartida por aquellos que difunden teorías conspirativas en redes sociales.