En los últimos dos meses Julieta* se ha enfrentado a una cruda realidad, que aunque la carcome por dentro y le hace lamentar su vida cada tanto, asegura que, al menos por ahora, no podrá ignorar si desea llevar comida y unos cuantos pesos a un hogar numeroso y hambriento. Su dilema hoy es tener que rebajar el precio que habitualmente cobra y pelear con colegas de origen venezolano que -según ella- le invaden su plaza y con 'un costo indignante'.
En esas disputas, la joven madre, de 25 años, confiesa que ha recibido al menos tres puñaladas y varias veces ha protagonizado escándalos públicos. El ingreso del frío metal en su piel es visible en sus brazos, heridas mal cicatrizadas que se logran ver debajo de la transparencia de las telas que usa.
Julieta* cuenta su relato a plena luz del sol. Son las tres 3:00 p.m. en una esquina cualquiera del centro de la ciudad y hace más de 50 días que la cuarentena nacional empezó a regir en el país, debido a la pandemia del coronavirus, una emergencia nacional que hizo mella rápidamente en la afluencia de 'clientes' que buscan servicios sexuales en las zonas de tolerancia de la capital del Atlántico.
El relato de Julieta* parece ser el mismo de María*, Daniela*, Catalina* y Sofía*, que comparten la mayoría de las opiniones de su amiga. Todas concuerdan en que les gustaría tener otro estilo de vida, un futuro que anhelan con ansías luego de aceptar acostarse con otro desconocido por un valor de 10.000 pesos.
'Normalmente cobro 50 mil, pero con esta situación la gente no sale ya casi a la calle y nosotros nos hemos visto afectadas mucho. Un día en mi casa no había con qué comer. Había estado todo el día en la calle esperando hacer algo de plata, pero nada. Yo siempre me negué a cobrar tan barato porque eso significa meterse con gente chirri, pero la necesidad puede más y tenía que llevar algo a mi casa. El tipo nada más tenía eso y yo tuve que fiar la habitación porque trabajan ahí unas personas que me conocen y saben como soy. Me sentí muy mal y lloré mucho cuando llegué casa',contó Julieta mientras su mirada se clavó en el asfalto.
'Uno está obligada a hacer esto porque es la única forma que tenemos de sobrevivir. Tenemos que alimentar a nuestra familia, pagar arriendo y esas cosas. A uno le duele porque el Gobierno ayuda a muchas personas que también viven del día a día menos a uno porque quizás desprecian lo que uno hace', irrumpió en medio de la conversación Samantha.
Recorrido
En la soledad de las pequeñas calles cercanas al centro de Barranquilla, ellas se destacan por sus vestidos minúsculos, su maquillaje a medias y los tentadores y chistosos piropos para aquellos transeúntes que pasan por el sector.
La pandemia, una situación crítica que las ha golpeado duramente por la poca afluencia de personas que buscan sus 'servicios', las ha obligado a acceder a realizar cuestiones sexuales que, en una época normal, tendría un precio mucho mayor.
'El rato, que depende de a quien busques, puede costar desde 30 mil pesos. Además, hay que pagar la habitación. Ese precio solo incluye sexo normal, solamente bajándome la parte de abajo de la ropa, sin sexo oral y sin ningún tipo de estipulación hacia el hombre. A veces solo le ponemos el condón y ya. Pero ahora a veces tenemos que acceder a quitarnos o blusa y que nos toquen los senos o que hagamos sexo oral también. Esas son cosas que antes costaban más y que ahora hay que regatear cuando el cliente quiere', aseguró una mujer que prefirió omitir su nombre.
Los precios, que por estos días varían demasiado, también dependen de la edad, nacionalidad y hasta la necesidad de la mujer.
'Conozco el caso de niñas muy lindas que cobran carísimo y ahora están mucho más dispuestas a cosas que antes no', Julieta.
Disputas
La falta de clientes sumado a la necesidad de dinero que cada trabajadora sexual tiene ha generado varios problemas en los alrededores de la plaza de San Nicolás y el Paseo Bolívar. La situación se puede establecer con realizar algunas preguntas a lo moradores de este sector, que explican que cada ‘bando’ tiene constantemente sus diferencias por el 'robo de clientes'.
'Las venezolanas cobran mucho más barato y eso obviamente genera malestar con algunas niñas. Uno se enoja por eso, pero también las entiende; ellas tienen sus propias necesidades, pero las discusiones a veces se han pasado de revoluciones. Es una situación que es difícil de controlar, pero ellas no deberían regalarse como lo hacen', manifestó Sofia*.
Por su parte, el considerado otro bando, se defiende y asegura que 'no le hacen daño a nadie'.
'Lo que pasa es que muchas veces los clientes nos buscan porque nosotros nos maquillamos más y nos ponemos más bonitas y a veces las otras niñas no lo hacen. Obviamente en esta situación hay que cobrar más barato porque no tenemos con qué comer, mi amor', comentó una mujer en las inmediaciones de la Plaza de San Nicolás.
'Aquí todo el mundo está luchando para sobrevivir, no es algo que uno disfrute', agregó.
Piden ayuda
Julieta* siempre termina cada oración con alguna frase cariñosa. Luce amigable y buena conversadora, aunque si se intenta saber algo de ella que no estaba pactado antes de iniciar la conversación, es posible que su semblante cambie y empiece a comportarse de manera cortante.
Retrata una realidad que duele, que asombra y que solo una mujer como ella puede explicar, pero en el fondo tiene algo de razón cuando asegura que en casi todas las cosas de su vida solo la 'usan'.
'Accedí a hablar contigo porque me caíste bien (risas), pero siempre hay gente que intenta a hablar con uno por alguna razón y después de olvidan de uno. Yo solo quiero que me ayuden a mi y a mis compañeros. He visto cómo niñas de 15 años les ha tocado trabajar por la necesidad. Eso no es justo', dijo Julieta, quien solicitó un pequeño mercado para sus hijos.
Oficina de la mujer
De acuerdo con Helda Marino Mendoza, jefe de la Oficina de la Mujer, Equidad y Género del Distrito, antes de que la pandemia del coronavirus llegara a la ciudad, su despacho realizó la identificación de esta población, un registro que le sirvió para ayudar a las trabajadoras sexuales con algunos mercados y auxilios económicos.
'Se realizó la identificación de las mujeres que ejercen el trabajo sexual como una forma de sobrevivir en el Distrito, con el fin de gestionar la entrega de auxilios alimentarios. Para este ejercicio de caracterización trabajamos con el sindicato nacional de mujeres trabajadoras sexuales y con los líderes de la población. A su vez hemos gestionado con agencias de cooperación internacional para la entrega de subsidios de arriendo', manifestó Marino Mendoza.
La funcionaria agregó que la mejor forma de ayudar a las trabajadoras sexuales en días difíciles es 'trabajar mancomunadamente con el Distrito' para, además de dinero y comida, hacerles llegar kits de aseo y de bioseguridad, con el propósito de que no estén tan expuestas a un contagio por COVID-19.
'Hay que hacer un trabajo también para que ellas sean responsables de todas las medidas que tienen que ver con la prevención y así cuidar de nosotros y cuidar de los demás', concluyó Helda Marino.
*Los nombres fueron cambiados por petición de las entrevistadas.