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Te fuiste sin despedirte, lo mismo que Patry, te perdiste las hazañas de nuestros respectivos que había recogido o recopilado como hice ahora para ti.

Ni sombra de aquella, del amigo y los médicos, en Barcelona, que nos hizo levantar de la mesa a carcajada limpia.

El cuento con Rafael Escalona que debía reunir tres conjuntos en Aracataca y se presentaron 350. Lo supe por la llamada de Álvaro para pedir cinco camiones de cerveza Águila. Fui la encargada de enviarlos.

La obsesión de nuestros respectivos con el cine. En 1960 reunieron a todos los Cine-Clubes de Colombia en Barranquilla, y lograron una Federación. Tu respectivo escribió unos textos, sobre cómo debería hacer una Escuela de Cine previas leccioncitas con puñetazos sobre la mesa y tragos de ron.

La historia de la pareja de amigos que se peleaban todo el tiempo y amenazaban con separarse. Los respectivos, desesperados por la interferencia con el trabajo, resolvieron llamar a puyengue al tipo, lo confesaron y descubrieron que el hombrecito era fatal en la cama.

Hay una historia con misterio, por lo menos para mí. La tarde aquella en Barcelona, cuando invitaron a tu respectivo a la proyección privada de una película, basada en uno de sus cuentos, creo que Presagio. Fuimos todos, Gabito se sentó adelante, y nosotras y Rodrigo, Patricia, Gonzalo y Álvaro Pablo, a prudente distancia.

No habían pasado 20 minutos cuando dijiste: 'Gabito está verde', y enviaste a Patricia para que lo calmara. Aquí nació la leyenda de que solo Patricia podía acercarse cuando Gabito se ponía verde, y que duró hasta nuestros días, o mejor, hasta los días de ellos. Todos salimos volando del teatro.

Nunca supiste lo que pasó en Estocolmo. Teresa de Cepeda no recibió las invitaciones que el grupo de los cinco amigos: Alfonso Fuenmayor y Adelita, German Vargas y Susana recibieron.

García Márquez se puso tan verde que me arrepentí de haber abierto mi boca. Llamó por teléfono a su guardián de la Academia y dijo: 'Si mis amigos no pueden entrar, yo tampoco iré a recibir el premio'. La noticia corrió como fuego y las invitaciones aparecieron como por arte de magia, y todo fue paz y aplausos.

Nunca supe aquel mediodía en Valledupar cuando sedientas intenté entrar a un edificio que parecía un club y me detuviste en seco, y con voz casi ronca sentenciaste: aquí no nos dejan entrar sin Gabito...