Durante la cosecha, el suelo de Palmar de Varela se pintaba rosado, el color de la carne de la guayaba que se desparramaba en el pavimento antes de caer de los árboles. Karilis Pizarro cuenta que en 2002 su tío se reunió con los habitantes del municipio para idearse una forma de sacarle provecho a esa fruta que solo se usaba para hacer jugos en las casas o para que 'los pelaos' se las comieran con sal y limón.
A partir de ese año, Palmar de Varela se convirtió en una plaza para la elaboración de dulces, mermeladas, bocadillos, harinas y otros productos con base en esta fruta tropical. Después de 18 años de su creación, el Festival de la Guayaba migró a lo digital debido a la crisis sanitaria por el coronavirus, y aunque para Karilis en un principio la idea no sonó tan seductora, con esta modalidad pudo traer sus productos a Barranquilla y vender mucho más que en el festival presencial. 'Fue muy buena iniciativa. Todavía estamos trabajando. Al comienzo no lo creía, pero fue muy buena estrategia para las familias que trabajaron', afirma.
Claudia Patiño ya perdió la cuenta de los años que lleva haciendo pasteles. Aprendió la receta de las mujeres de su familia que preparan la que es la más grande tradición gastronómica del corregimiento de Pital de Megua. Esta hacedora hace parte de las cerca de 30 matronas para quienes hacer pasteles no es solamente su principal actividad económica, también es el recurso con el que buscan salvaguardar su cultura ancestral.
'Desde que se acabó el Festival del Pastel no hemos parado de trabajar porque todas las semanas traemos pasteles a Barranquilla. Gracias a Sazón Atlántico pudimos sostenernos durante la época más difícil de la pandemia en la que creímos que el evento no se iba a realizar'.
Andrés Giraldo nunca ha viajado a Pital. Cuenta —con algo de vergüenza— que no conoce todos los municipios del Atlántico. Sin embargo, viajó por primera vez a este corregimiento de Baranoa sin moverse de su casa: el viaje fue a través de los sentidos.
'Me encantó participar de esta iniciativa. Fue una forma de democratizar actividades culturales que se dan en el interior de los municipios del Atlántico y que desafortunadamente no todos conocemos. Lo primero que probé fueron los pasteles. Desde ahí pedí de todo: los bollos, los bocadillos, las butifarras. Me parece indispensable que podamos seguir accediendo a estos espacios para apoyar a los hacedores y de paso disfrutar los sabores de lo que producimos en el departamento'.