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En la madrugada del miércoles 21 de noviembre de 2012 un cáncer de páncreas se llevó la vida del periodista, cineasta y escritor Ernesto McCausland Sojo. Este sábado, a ocho años de su partida, su familia trabaja para conservar el legado del que es considerado uno de los grandes cronistas del Caribe colombiano.

Su alma siempre fue de periodista. Desde los siete años demostró su pasión por el oficio y los medios de comunicación. Le gustaba transmitir partidos de fútbol, su hermana, Daniela McCausland, cuenta que su papá lo llevaba a la emisora de un amigo y desde allí narraba lo que sucedía en el estadio. Cuando no estaba en una cabina radial, Ernesto disfrutaba de los encuentros en compañía de su padre desde el estadio y allí alentaba a Junior, el equipo de sus amores.

Tampoco se perdía las temporadas de béisbol en el antiguo estadio Tomas Arrieta. Era un aficionado del deporte. Su madre, Nancy Sojo, rememora que ‘Joche’, como de cariño lo llamaban, pasaba las tardes de su infancia jugando fútbol o básquet con sus vecinos en la puerta de su casa. Por esta afición consiguió una beca en el extranjero, aún adolescente se fue a Estados Unidos a jugar baloncesto.

Allá terminó el colegio, pero no pudo continuar la Universidad. 'En los exámenes médicos para ingresar al ‘College’ le encontraron un tumor en el testículo, pero afortunadamente el doctor tenía un conocido en el Instituto Nacional de Cáncer en Maryland y lo mandó para allá. Allí fue donde le hicieron un tratamiento que, en ese momento, era experimental, pero que gracias a Dios le salvó su vida, porque su segundo cáncer no tuvo nada que ver con eso', cuenta su hermana Daniela.

Ernesto regresó a Barranquilla y constantemente viajaba a Estados Unidos para continuar con su tratamiento. Allá dejó buenas relaciones con la familia extranjera que lo acogió. Su mamá destaca que el periodista tenía el don de conquistar a la gente, pues solo recibía halagos de su hijo cuando conversaba con sus ‘padres americanos’, como ella los llamaba.

Ni estando lejos McCausland dejó de escribir. Durante su estadía en Estados Unidos enviaba textos a Juan B. Fernández Renowitzky para publicar en EL HERALDO.

'Cuando volvió a Barranquilla fue a donde Juan B. y lo contrató en el periódico', cuenta Daniela. Y se quedó. EL HERALDO se convirtió en su casa. En 1982 se inició como reportero de la sección judicial, escribió columnas y se dedicó a la crónica, género periodístico que trabajó tanto en prensa, como radio y televisión. Para él fue, como dejó escrito en su discurso al ganar el premio Simón Bolívar, 'su compañera inseparable en el periodismo'. 

En esta casa editorial contó con el apoyo de la periodista Olga Emiliani, la 'eterna decana' del periodismo caribe y pieza fundamental en su formación. Ernesto se formó junto a Mauricio Vargas, Marco Schwartz y Roberto Pombo, entre otros, quienes juntos conformaron el ‘Kínder de Olguita’. 'Era un grupo buenísimo, todos eran amigos. Olguita era brava y estricta, pero al mismo tiempo muy humana y querida. Ernesto la amaba', cuenta su hermana. Él le entregaba sus crónicas a Olguita y ella se las devolvía llenas de tachones, aun así, aclara Daniela, nunca le cambió su estilo.

Como periodista era muy riguroso con el lenguaje. Para él, este era la principal herramienta del oficio, por eso no perdonaba faltas de gramática, ni ortografía. Así lo recuerda su familia: como un hombre 'riguroso al escribir e investigar'.

'Él era muy preciso. No perdonaba una coma mal puesta y los errores gramaticales le parecían fatales. Luchaba mucho para que todo el que trabajaba con él tuviera una puntuación y ortografía perfecta', destaca su esposa Ana Milena Londoño. De esa exigencia profesional creó en 2010, mismo año en el que fue nombrado editor general de EL HERALDO, la Escuela de Redacción Olguita Emiliani, en honor a la periodista que lo formó. Desde entonces, el semillero de periodistas recibe anualmente entre 10 y 15 profesionales en comunicación o carreras afines para que afiancen sus conocimientos en el periodismo y vivan la exigencia típica de una sala de redacción.

Nunca dejaba de ser periodista, ni siquiera cuando estaba de viaje, pues siempre llevaba un cuaderno y un lapicero. Con su familia tenía una regla: 'al salir a comer, los celulares se quedaban en el carro'. Su esposa asegura que McCausland cuestionaba todo y siempre 'llevaba el ojo abierto' ante cualquier personaje: 'Él como que leía el aura de las personas y decía ‘aquí hay una historia’ y le gustaba sentarse a preguntar. (...) La familia se adaptó a ese ser creativo. Ernesto era demasiado creativo como para que yo le dijera: ahora no vas a crear'.

Para compensar tantas horas de trabajo, Ernesto se llevaba con él a Ana Milena, Marcela y Natalia. 'Esos viajes siempre fueron grandes aventuras en familia. Pero algo que recuerdo, más que los destinos, era el camino. Siempre hacía concursos con mi hermana y conmigo y nos enseñaba las capitales de las ciudades o sus costumbres y culturas para luego evaluarnos. La primera que respondiera se ganaba una Barbie, que nunca llegó, pero aprendimos mucho', rememora Marcela, su hija mayor.

Ana Milena actuó en varias de sus producciones como El último Carnaval (1998) y Luz de Enero (2009). Mientras tanto, sus hijas lo acompañaban detrás de cámaras. Natalia, la menor, recuerda que en una entrevista al cantautor Enríque Díaz ayudó a llevar cables, poner micrófonos y, de vez en cuando, hacer de directora junto a Ernesto.

Para sus hijas, la mejor enseñanza que su padre les dejó fue 'trabajar con pasión y entender que en todos los rincones hay una historia que está por salir'. Por eso consideran que el mayor legado de Ernesto está en la cultura, porque siempre encontró una manera de contar el Caribe y sus personajes.

Natalia, Marcela y Ana Milena se encargan de mantener vivo su legado. Juntas dirigen la Fundación Ernesto McCausland y entre sus planes está crear una sala o museo en honor al cronista para que 'los estudiantes tengan acceso a todo ese material con el que Ernesto creció y se fortaleció como periodista, y para que las nuevas generaciones lo conozcan'.