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Yesid Enrique Zúñiga es un hombre de 42 años que desde su infancia fue diagnosticado con acondroplasia, una condición genética que no permitió que sus extremidades se desarrollaran de forma normal.

De niño soñaba con ser policía, inspirado en un primo que hacía parte de la Institución. Recuerda que cuando este familiar iba a su casa a visitar a su abuela y su mamá, le decía que quería ser como él.

'Mi mamá se preocupaba y no encontraba las palabras exactas para decirme las cosas por temor a que yo le fuese a reprochar algo, por lo que decidió acudir a un médico'.

Cuando eso sucedió, Yesid tenía 11 años de edad. El especialista lo trató, pero se enfocó en el componente psicológico y emocional pues decirle a un niño de esa edad que su vida tal vez no sería como la soñaba era muy difícil.

'El día que me dijeron todo, o como dicen por ahí el día que me estrellé, el médico le pidió a mi mamá que nos dejara solos. Hizo el chequeo y me informó que no sufría de nada, me aconsejó que por mi condición de ser bajito no podía engordar porque me iba a ahogar. Entonces yo le pregunté ¿cómo así que por mi condición de ser bajito? Y me respondió que yo sufría de acondroplasia'.

El especialista me explicó que mis huesos no se iban a desarrollar bien y que no tendría un crecimiento como el resto de las personas. Recuerda que mientras el doctor le estaba explicando su patología se iba desmoronando por dentro. 'Yo pensaba en ese momento que no iba a crecer más, que siempre sería pequeño y que la gente me iba a discriminar. Por mi cabeza también pasó que no iba a tener amigos, tuve todos los pensamientos de una persona cuando se acompleja'.

Estos pensamientos hicieron eco en su comportamiento y en su juventud decidió alejarse de la gente. 'El complejo me hizo creer que cualquier persona que me estuviese mirando lo hacía para verme feo. Mi familia siempre me apoyo, ellos no me sobreprotegieron y me soltaron a la vida para que yo aprendiera que si me caía me tenía que levantar y que tenía la capacidad de superar cualquier adversidad porque era una persona como las demás'.

En el colegio descubrió su gusto por el fútbol. Un año, cuando se organizó un torneo intercursos, su salón armó un equipo.

'Yo me ilusioné porque el profesor de Educación Física dijo que nadie se podía quedar por fuera. Me dieron uniforme y todo, pero cuando se jugaban los partidos me dejaban esperando. Un día pedí que por lo menos me dejaran jugar un encuentro y el que organizó el equipo me preguntó que para qué quería jugar si no iba a hacer nada en la cancha. En voz baja me llamó inservible'.

Visión

En una oportunidad un primo lo invitó a trabajar con él como ayudante en los cumpleaños. Él cargaba los equipos y los conectaba, pero su familiar le propuso hacer de payaso.

'¡Cómo se te ocurre! A mí de por sí los niños me huyen, ahora imagínate yo disfrazado de payaso', le reclamó, pero la idea le quedó sonando porque en ese momento ya estaba de alguna forma superando sus complejos. En el barrio Los Robles, en Soledad, animó su primer cumpleaños.

Improvisaron con un traje de congo porque no tenía disfraz de payaso. 'Ese día que estuve en el cumpleaños y veía como los niños me abrazaban, pensé que sí se podía ser feliz'.

Cuando asimiló que su condición no iba a ser impedimento para cumplir sus sueños optó por conectarse a las redes sociales. Como dijo Santo Tomás Moro: 'felices los que saben reírse de sí mismos porque nunca terminarán de divertirse'. Eso, cuenta, lo aplica en sus redes y en su trabajo como animador.

Dice que ahora se encuentra soltero, pero que ha tenido 'como cuatro novias', todas de tamaño 'normal'. Una vez entrando a un lugar 'la gente se sorprendió porque un tremendo bollito' iba de su mano.