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Al amanecer, cuando la mayoría duerme, Álvaro Flórez ya está gritando a todo pulmón: '¡Se le teje la mecedora!'. Desde los ocho años, el momposino que llegó hace medio siglo a Barranquilla, se levanta todos los días a las 4:00 de la mañana para iniciar el recorrido en búsqueda de clientes que necesiten de su arte.

Comienza en el barrio La Manga y se desplaza hacia el norte de Barranquilla. Antes de ponerse manos a la obra, las piernas y su garganta han hecho la primera parte del trabajo.

Flórez porta un amplio morral en el que lleva varios kilos de paja para realizar enjuncados de mecedoras en las afueras de las casas bajo un árbol que le dé sombra y ventilación. Los arreglos que realiza tardan más o menos dos horas y media.

'Empecé a trabajar con Lisandro Blanco, el mejor carpintero de las mecedoras momposinas. Una vez fuimos a la casa de una señora para que yo le tejiera una mecedora y cuando llegamos me llevé una sorpresa desagradable por parte del maestro que me dijo: ‘Lo voy a traer a trabajar pero cuidado se va a coger algo’'.

En ese momento sentimientos de tristeza y decepción se apoderaron del niño 'ilusionado', que ansiaba ayudar a su familia económicamente y progresar en el arte.