Por Consuelo Triviño Anzola
Sabemos que los orígenes del cuento se remontan al mito, a la vocación de los pueblos de narrar hechos prodigiosos que estremecen o asombran. Sin embargo, la oralidad de las primeras narraciones, que nos llegan de un pasado remoto, es constitutiva, para Enrique Anderson Imbert, de las llamadas formas simples, que él diferencia de las 'letras escritas' y que descarta cuando se ocupa del cuento como género literario. Pero el sortilegio de los comienzos de aquellos cuentos que nos arrullaron, desde el 'Érase una vez', despierta en nosotros el efecto mágico de todo cuento memorable. Hay comienzos que en dos líneas crean una atmósfera de misterio, como ciertas piezas de Kipling a las que no podríamos sustraernos.
Algunos relatos de nuestra tradición fueron considerados por los lectores europeos 'poemas sueño'. En ellos es evidente la vocación hacia la magia y la naturalidad con que se asume lo fantástico en las culturas americanas. Además, la percepción de lo fantástico o de lo insólito, la mirada del otro, se instala entre nosotros para dar cuenta del paisaje recién descubierto, o para explicarle al extraño aquello que su horizonte mental no abarca ni llega a comprender. Pensemos en Alejo Carpentier describiendo una ceiba para los europeos. Recordemos su propuesta de una escritura auténticamente americana: 'Hay que hablar de la ceiba, hay que hablar del papagayo'.
Pero también se escribe para sobrevivir, para combatir la muerte o para dar voz a los que ya no pueden confesar sus sufrimientos, como los desaparecidos, secuestrados o ejecutados que la violencia política y social ha dejado en distintos puntos de nuestra geografía.
¿Cómo abordar el dolor, la injusticia, la crueldad y la sevicia del poder global, que se lleva por delante comunidades, paisajes y sueños? ¿Cuál es la función de la literatura en estos tiempos de miseria? Quizás el trovador o el contador de historias sea quien asuma el papel de consciencia de su tiempo. Quien sepa producir la sorpresa o el miedo al levantar la alfombra de los silencios. Este sería uno de los motivos por los cuales el cuento como género no desaparece, al contrario, se fortalece con la tradición y se enriquece con nuevos procedimientos, desde las vanguardias que volvieron del revés los conceptos de tiempo y espacio y removieron las fronteras entre lo real y lo aparente.