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El destartalado bloque de viviendas sociales del Bronx daba cuenta de la marginación a la que había sido sometido uno de los espacios más peligrosos de todo el planeta. Drogas y sexo a pleno sol conformaban apenas un paisaje amenizado por el inconfundible olor de las alcantarillas a cielo abierto, que colindaban con una zona llena de gente sin Dios ni leyes de la que pronto emergería una generación diferente, en medio de la decadencia urbana y la desigualdad, hacia un movimiento cultural capaz de trascender fronteras desde los platillos, el sample, la música diversificada y una religión en forma de rima consonante: el Hip-Hop.